¡LO SIENTO! TENGO CELOS



Muy querido mío:
Hace tiempo que quería decirte estas palabras, pero no me atrevía ¡Estoy celosa!
Antes de conocerte mi vida era pura monotonía: cocinar, limpiar, planchar… y todo lo relacionado con cuidar y criar a dos pequeños llorones; pero crecieron, me sentí algo sola y luego me hablaron de ti.

Bendigo a la persona que lo hizo, pues aunque me puso zancadillas y cepos para que no me acercara a tu puerta, (ahora veo que eran celos) decidí intentarlo y triunfé.

Recuerdo el primer día que entré en tu casa con cara de pánfila e indefensa. Un miedo tremendo se apoderaba de mí, por si no daba la talla, pero nada más entrar un portero muy simpático y una señora de la limpieza me animaron a seguir adelante.
Después de recorrer tus pasillos y habitaciones volví a conmemorar tiempos antiguos, los de mi infancia.
Ya en aquellos años visité a uno de tus primos. Luego acabé abandonándolo, sobre los catorce. Lastima que no me dejasen continuar con esa unión (pues yo estaba encantada), pero los padres eran los que mandaban, y yo… tonta de mí, la que obedecía.

¡Tuvimos un lazo tan bonito!... Ahora que te lo he vuelto a echar no pienso soltarlo. Tendrás que lanzarme fuera de tus brazos si quieres verme lejos.
Eres ilustrado, pues te consulta gente de todas las edades, veinte añeros, cuarenton@s, sesenton@s y hasta octogenári@s, y ninguno se aburre contigo, porque tienes algo encantador que los atrae. Tu sabiduría.

Junto a ti he conocido mentores estupendos que me han instruido, conmovido, llenado de pasión. Con ellos he reído y también llorado, he viajado, aprendido a comportarme como antes no lo hacía y sobre todo me he llenado de entusiasmo y ganas de seguir a tu lado. Aprendo tanto junto a ti y me llenas con tal entusiasmo que todos dicen que parezco otra.

¡Sí! Ahora soy más fresca. Tú fuiste el que me contagiaste ese descaro; tú, que me enseñaste a levantar la mano para ser la primera, tú, que me animaste a hablar en público cuando nadie se percataba de mi presencia. Así que no me reproches, porque tú has sido el culpable de mi cambio de personalidad; aunque yo en el fondo de mi corazón te estoy tremendamente agradecida. Te daría mil, que digo mil, millones de besos si pudiera.

Sé que la “amiga” que te recomendó ya no viene por aquí. El otro día me vio y cuando le dije que me dirigía a tu casa, se le cambió el color de la cara.
¿Todavía vas por allí?- me dijo con rostro extrañado.
¡Pues sí!- le contesté con orgullo.
Ella continuó su camino y yo le deseé lo mejor.

Algún día me marcharé, pues, la vida cambia y tendré que buscar otras oportunidades. Espero que ese día se encuentre lejos, no tengo ganas de despedirme, pues aun tienes cosas que contarme. Por eso siento celos, celos de los jóvenes que se acercan y de los que llegaran, porque a ellos tienes aun mucho que mostrarles.

Posdata: Por si no me recuerdas, soy la mujer cuarentona que sonríe por los pasillos saludando a todos.
Esa… si, soy Margari.
Un fuerte abrazo y un te quiero, “Centro de Adultos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario