A un amigo


Querido mío:
Hace unos días, me puse ha repasar unas líneas que antaño me escribiste, y sin darme apenas cuenta sentí la añoranza de tu ausencia.

Me contabas una serie de chorradas que no entendía, pero como era mi obligación, me limitaba a copiar. Los fallos eran descomunales, las erres y las eses se repetían por doquier, y el relato que me presentabas tan lleno de amor, me pareció patético. Tal vez fuese por la ausencia de puntos y comas que casi me ahogan. Supongo que también tendría algo que ver la fuerza con la que me agarrabas y golpeabas “maltrato físico” dirían algunos, yo en cambio solo veía “inexperiencia” y falta de tacto.

Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos. Lo último que recuerdo es “Y hasta aquí llegué” y cerraste mi puerta con un golpe fuerte y sonoro que aún aparece nublando mi cerebro.

Te ruego encarecidamente que vuelvas a mí, y no solo por haber sido tu mentora en el amor y en la tragedia, que ya es bastante, si no porque a pesar de tu torpeza, se que te esforzabas por hacerlo bien.

Dicen que los amores de verano duran muy poco y aunque nuestro flechazo transcurrió en pleno invierno y penas duró tres meses, me marcaron tanto interior y físicamente que ni los mejores técnicos han podido recuperarme.

Me es muy difícil guardar estas líneas, y más aún hacértelas llegar, pero albergo la esperanza de que algún internauta me visite, descubra tu paradero, y te las remita. Por eso pongo a pie de página tu nombre.

Si con todo esto aún no he conseguido que te apiades de mí, tal vez las fotos de un asiento vacío al fondo de la clase y de unos compañeros de risas, refresquen tu memoria y te hagan volver.

Espero ansiosa tener pronto noticias tuyas, y como oigo por aquí, “El segundo nivel es mucho más interesante”… tú ya me entiendes.

Se despide con un “hasta pronto querido mío” tu ordenador de la escuela.

Para el ilustre:

PEPE VALIENTE


Posdata: Hecha desde el corazón y el recuerdo.

CARTA, A UNA VIDA DE ENSEÑANZAS


Querida amiga:
Pese al tremendo respeto que le debo, le pido mil disculpas; pero voy a dirigirme a usted en un lenguaje más cordial y más actual: el “tú”. Son cuarenta años conociéndonos y creo que nos merecemos ese trato.

Recuerdo la primera vez que te vi. Sentí miedo. Tú, tan grande, tan generosa, tan inteligente…Y yo, tan diminuta perdiéndome en tu enorme patio, tan escasa de sabiduría, tan asustada y tan intrusa.

Contigo aprendí los valores básicos como el respeto, la tolerancia, la perseverancia, el amor, la amistad, la empatía, la generosidad, la lealtad y tantos otros… Y sobre todo, a no hacer distinciones de clases (todos éramos iguales y teníamos los mismos derechos, viniésemos del barrio que viniésemos).
Aquello me marcó bastante y aunque crecí en una familia media alta no miré géneros a la hora de hacer amigos.

Con los años nos separamos, pero siempre te recordé y no tuve dudas de elegirte para que estudiaran contigo mis hijos. Para mí fuiste y serás la mejor, aunque digan algunos lo contrario.

Ahora desde hace algun tiempo, me he adentrado de nuevo en tu corazón. Comencé con Informática, Literatura, Inglés, Creación de empresas, y por último, Gente Emprendedora y Solidaria; uno de tus valores preferidos.

Llevamos toda una vida juntas ¿No te parece? Pero no creas que me quedaré aquí. Mientras haya un curso que tú me ofrezcas, me tendrás a tu lado, pues no me faltan ganas, solo medios y te doy las gracias por ser tan gratuita con todos los que te apreciamos. Sin ti no seriamos nadie.
Espero acompañar algún día a mis nietos a tu puerta, como hice con mis hijos. Les hablaré tan bien de ti como memorias me queden, igual que esta poesía que si recuerdas te dediqué en primaria y aún la conservo:


Mi escuela pública

Un gitano esta sentado
Al lado de mi escritorio
Y el negrito de su lado
Que es un chico muy notorio
Lo observa muy embelesado
Que responda al oratorio.

Nuestro profe Don Marcelo
Doctorado en el leguaje
Le ha sugerido al mozuelo
Hablar calé y en su linaje
La historia del tío Juanelo
Notorio por su coraje.

Mi colegio es especial
Con pasillos grandes y fríos
Pero tiene un torrencial
En donde emanan fuertes ríos
Que dejan buen material
Debo hacerle un memorial.

Se despide de ti afectuosamente:



Tu fiel alumna Margarita.

Anhelo de ser madre


Anhelaba yo a un pequeño
Alguno de corta edad
Pero el cuerpo no es dueño
De su propia voluntad.

Un destello desde el cielo
Compadeció a deslumbrar
Y me regaló el desvelo
De poderme iluminar.

No es que estuviese preñada
Tampoco fue adopción
Pero fui condecorada
Por madrina en votación.

Sonrosados los mofletes
Ojitos negros saltones
Labios prietos regordetes
Y de muslos reventones.

Ya me encuentro en el altar
A mis dedos va agarrado
Es una dicha pensar
Y ver que será mi ahijado.


Diez años han transcurrido
Y me he colmado de dichas
Como “madre” he conseguido
Aplacar llantos y risas.

Vestido de comunión
Almirante con galones
Ha clamado en petición
Que “Dios” me engendre con dones.

“Para mi segunda madre
La que siempre me acompaña
Que le concedas un niño
Adentro de sus entrañas”.

Con décadas esperando
Ya no encontraba esperanza
La dulce voz de Alejandro
Me devolvió la confianza.

“Milagro galardonado”
Regalado en bendición
Mi cuerpo late impulsado
Un segundo corazón.

Mi rosal




Los aromas de las rosas
Al igual que su color
Son sonidos de las prosas
Y del dulce su sabor.

Escondida en una esquina
Contemplo y miro su tallo
¡Ya diviso alguna espina!
Florecerán para mayo.

Me despiertan los sentidos,
Me embriagan solo mirarlas
Clamando están sus latidos
Llorando por arrancarlas.

Y con su manso contoneo
Mece la brisa al latir
Absorto mirándolas veo
Sus pétalos por abrir.

Regándola me transporto
A paisaje de elfos y hadas
Con mi lupa busco absorto
Entre sus miles espadas.

Y solo el rocío en la noche
Me devuelve a mi rincón
Mis sueños son solo el broche
Donde la flor, mi pasión.

¡LO SIENTO! TENGO CELOS



Muy querido mío:
Hace tiempo que quería decirte estas palabras, pero no me atrevía ¡Estoy celosa!
Antes de conocerte mi vida era pura monotonía: cocinar, limpiar, planchar… y todo lo relacionado con cuidar y criar a dos pequeños llorones; pero crecieron, me sentí algo sola y luego me hablaron de ti.

Bendigo a la persona que lo hizo, pues aunque me puso zancadillas y cepos para que no me acercara a tu puerta, (ahora veo que eran celos) decidí intentarlo y triunfé.

Recuerdo el primer día que entré en tu casa con cara de pánfila e indefensa. Un miedo tremendo se apoderaba de mí, por si no daba la talla, pero nada más entrar un portero muy simpático y una señora de la limpieza me animaron a seguir adelante.
Después de recorrer tus pasillos y habitaciones volví a conmemorar tiempos antiguos, los de mi infancia.
Ya en aquellos años visité a uno de tus primos. Luego acabé abandonándolo, sobre los catorce. Lastima que no me dejasen continuar con esa unión (pues yo estaba encantada), pero los padres eran los que mandaban, y yo… tonta de mí, la que obedecía.

¡Tuvimos un lazo tan bonito!... Ahora que te lo he vuelto a echar no pienso soltarlo. Tendrás que lanzarme fuera de tus brazos si quieres verme lejos.
Eres ilustrado, pues te consulta gente de todas las edades, veinte añeros, cuarenton@s, sesenton@s y hasta octogenári@s, y ninguno se aburre contigo, porque tienes algo encantador que los atrae. Tu sabiduría.

Junto a ti he conocido mentores estupendos que me han instruido, conmovido, llenado de pasión. Con ellos he reído y también llorado, he viajado, aprendido a comportarme como antes no lo hacía y sobre todo me he llenado de entusiasmo y ganas de seguir a tu lado. Aprendo tanto junto a ti y me llenas con tal entusiasmo que todos dicen que parezco otra.

¡Sí! Ahora soy más fresca. Tú fuiste el que me contagiaste ese descaro; tú, que me enseñaste a levantar la mano para ser la primera, tú, que me animaste a hablar en público cuando nadie se percataba de mi presencia. Así que no me reproches, porque tú has sido el culpable de mi cambio de personalidad; aunque yo en el fondo de mi corazón te estoy tremendamente agradecida. Te daría mil, que digo mil, millones de besos si pudiera.

Sé que la “amiga” que te recomendó ya no viene por aquí. El otro día me vio y cuando le dije que me dirigía a tu casa, se le cambió el color de la cara.
¿Todavía vas por allí?- me dijo con rostro extrañado.
¡Pues sí!- le contesté con orgullo.
Ella continuó su camino y yo le deseé lo mejor.

Algún día me marcharé, pues, la vida cambia y tendré que buscar otras oportunidades. Espero que ese día se encuentre lejos, no tengo ganas de despedirme, pues aun tienes cosas que contarme. Por eso siento celos, celos de los jóvenes que se acercan y de los que llegaran, porque a ellos tienes aun mucho que mostrarles.

Posdata: Por si no me recuerdas, soy la mujer cuarentona que sonríe por los pasillos saludando a todos.
Esa… si, soy Margari.
Un fuerte abrazo y un te quiero, “Centro de Adultos”.

A los tres Reyes Magos


Queridos reyes magos:
El año pasado no os fui muy fiel, pues me rendí al rechoncho del trineo y gorrito cursi. De verdad que me pesa en el alma, juro no volverlo a hacer. El tío no me concedió ni uno de mis pequeños deseos; pero estoy seguro de que como vosotros sois tres y mucho más generosos, no me vais a dejar con el disgusto.

A ti, Melchor, por ser el que lleva la iniciativa, te concedo el honor de que me cambies el dormitorio. Estoy cansada de ver siempre estas cuatro paredes que ya me están ahogando. Un poco de color y atrevimiento no les vendrían mal.

Para ti, Gaspar, la tarea es un poco más difícil. Necesito urgentemente, que transformes al rollizo, sudoroso y ruidoso que duerme a mi lado, por un hombre fino y delicado; que se deslice como una pluma por el colchón, sin realizar tanto alboroto.
La otra noche, llamaron los vecinos para quejarse de sus ronquidos. ¡Ja! Si ellos supieran lo que una aguanta.

Baltasar, por favor, ¿concédemelo?, ¿concédemelo? Prometo venerarte para siempre:
Quiero, deseo… ¡No!, mejor, ruego encarecidamente, que me lavéis y me vistáis con sedas de primera calidad.
Nadie sabe, los años que llevo soportando en mis adentros, los fluidos corporales de sudor, babas, y otras porquerías. Mi cuerpo, que en su juventud había sido esponjoso y suave, se ha convertido en un amasijo oscuro y tenebroso.
¡Si hasta con el podrían hacer un escenario de terror!

Esto… para los tres: un poquito de perfume tampoco me sobraría. Ya no sé si huelo a tabaco, áster Sey (del barato), o simple y lógicamente, a vieja.

¿No creo que me haya excedido? Solo son cuatro cositas de nada, para tres majestuosos como sois vosotros.
Os estaré atentamente agradecida.
¡Ah!, no os bebáis el agua de la mesilla, porque, está ahí desde hace una semana.

Prometo ser fiel, al menos los próximos diez años; y venerar vuestra imagen si me asignáis estos insignificantes regalos.

La que no os olvidará (según vuestra respuesta):

De Lana Virgen Pura, Almohada

CUENTO NAVIDEÑO





Este cuento está dedicado a todas las personas que cuidan de un ser “especial” y dedican su preciado tiempo en ello.

EL REGALO DE FATO

La hermana mayor y única de mi padre, es la tía Teresita que siempre ha vivido con nosotros.
Mi mamá me contó que la trajo a casa, después de que la abuela Dolores muriese de pena. Fue cuando el abuelo descubrió que la tía iba a ser una niña para siempre y el “canalla” (que no se que significa), los abandonó. Ocurrió hace... por lo menos... cuando los dinosaurios; y desde entonces está en casa.
Ella vivía antes en otro sitio; creo que debía ser muy feo, porque no le gustaba nada. A mi me ha contado que algunos niños dormían a su lado en la habitación, y que a veces lloraban por las noches porque querían marcharse, pero las monjas no los dejaban. ¡Que idiotas!
Cuando papá y mamá se casaron la sacaron de allí; después, nací yo y para mí es mi tía favorita.
Estamos en navidades, y como cada año, tía Teresita, busca un pañuelo, le ata tres esquinas con un nudo y grita muy fuerte, al “San Cucufato”:
-San Cucufato, San Cucufato, los huevos te ato, si mi... (Aquí lo dice tan bajito que nunca me entero) aparece, te desato, y si no te quedas tres meses ahí.
Yo todavía no entiendo porqué lo hace. Mi padre dice que es una manía que traía de las hermanas del centro. La verdad es que nunca encuentra lo que busca, y mi madre tiene que limpiar, los tres meses siguientes el suelo, con mucho cuidado. Si ella ve algún día que no está su pañuelo... no veas como se pone.
Esta fiesta lo ha colocado junto al mueble del salón, para que no se le olvide desatarlo.
También tengo una hermana, Felisa, es mucho más mayor que yo, está en la universidad, que es el colegio más grande de Córdoba. Allí se pone una bata de medico y juega con ratoncitos, otros días se pone a ver películas de médicos. ¡Que guai!
Yo de mayor, también quiero ir a esa escuela, porque en la mía solo nos dejan jugar cuando salimos al patio, o cuando es el “Día del Maestro”.
Como Felisa está de vacaciones, pasará las fiestas con nosotros. A mí no me gusta mucho, porque aunque es mi única hermana y me regala muchas cosas, ella siempre se está peleando con mamá. Dice que por culpa de la tía, pero yo no la creo, porque la pobre no se mete en nada. Simplemente porque entramos en su cuarto y nos ponemos su maquillaje y su ropa chula, se pone echa una furia. ¡No es justo! Es mala con nosotros.
-¡Deja a tu hermano en paz, no ves que es “algo especial”!-
-¡Estoy harta mamá, estoy cansada de oír lo especiales que son!-
Mamá siempre nos defiende y papá nunca protesta, “mamá dice que es un santo”.Yo le he buscado el arito, como al niño Jesús del portal, pero nunca se lo he visto. Un día le pregunté a ella y se rió tanto, que ahora se lo cuenta a todas sus amigas. Yo no le veo ninguna gracia. Deben de ser cosas de los mayores, creo que están locos.
El otro día fuimos al súper nuevo. Es mega grande, tiene un montón de plantas y tropecientas tiendas. Casi veo a los reyes magos. Felisa dijo que se habrían ido al bar, o al servicio porque los asientos estaban vacíos y la cola de niños llegaba al ascensor. Mamá la mandó callar rápidamente, para que la tía no llorase. Yo ya no lo hago, ahora soy mayor.
Aunque mi hermana y mamá discutieron, creo que ganó la mayor, pues tuvimos que guardar la carta en el bolso, para otro día.
Después compramos el pavo y llenamos un carro con chuches de chocolates y turrones, que la hermana de papá, y yo (a escondidas), echábamos… Me parece que papá nos veía de reojo, solo que no dijo nada.
Si no hubiese estado la tía, creo que no hubiese traído ni un solo mazapán ¡Qué suerte, que viva con nosotros!, yo la quiero mogollón, aunque un poquito menos que a papá y a mamá; pero eso sí, más que a Felisa, seguro.
Mi hermana es una caprichosa. Esa tarde, un señor muy mal vestido (que creo que apestaba) se encontraba tirado en el suelo con un cartel. Cuando pregunté lo que ponía me dijo que se trataba de un pobre hombre que estaba solo, sin familia y sin dinero para comer. Entonces cogí una de las chuches del carro y se la dí. El hombre me miró raro, pero me sonrió y me dio las gracias. ¡Que pena que no me fijase!, porque era una de las que yo había elegido, y la tía, no se dio cuenta de nada porque estaba atontada, mirando las luces.
Felisa también le echó dinero y volvió a discutir con mamá (creo que lo quería traer a casa). ¡Está loca de la azotea!
Mañana volveremos. Papá dice que no podemos tener una nochebuena sin árbol, así que lo compraremos aunque sea artificial (debe de ser uno muy alto para que llegue al espacio).
Esta noche creo que no he dormido. Solo el pensar, que tengo que cantar delante de tanta gente, me ha echo dar millones de vueltas en la cama.
Al principio me hacía ilusión, como a mi mejor amiga Imma que toca la zambomba. Pero ahora, me da miedo. ¿Y si me equivoco?, ¡Que vergüenza!
Ya es nochebuena, mamá está preparando tanta cena que creerá que vendrá toda la banda a casa. Ya le he dicho que no cuente ni con Miguel ni con Imma, pues seguro que se marchan a su pueblo. Pero creo que no me oye, porque ella sigue cocinando y cocinando...
Después tendremos comida para un montonazo de días, igual que siempre.
Papá ha traído el solo, el árbol, y Felisa se ha enfadado bastante. Dice que quería volver a ver al señor que se quedó con mi golosina.
Continua igualita que ayer, todo la mañana rogando a mamá que haga una buena acción, y mamá, diciéndole, que está chalada.
Sigo nervioso, creo que ahora aún más, después de que todos me vean con estas pintas tan raras, llevar un uniforme no es tan divertido como creía. A mi me gustan más los trajes de las chicas, ellas se pueden poner botas altas y faldas. Nosotros tenemos que llevar corbata y zapatos de punta ¡Que rollo!
Nuestro salón ha quedado muy chulo, el árbol se enciende y apaga solo, aunque tiene una melodía mazo pesada y cursi. Mamá también ha sacado la vajilla de la fiesta y la mesa está tope bonita.
Ahora nos tenemos que marchar a la misa del gallo (no se porqué la llaman así, si allí nunca hay ninguno), espero cantar bien fuerte como me pide siempre Don José “el cura”. Yo sé que las niñas me tienen envidia, porque el párroco siempre me está diciendo, que tengo la voz muy fina para ser un chico.
Mamá cree que no la he visto, pero cuando la he mirado de reojo, tenía lágrimas en los ojos. A papá se le veía orgulloso, igual que al de Imma, que se ha sentado a su lado.
Uh, ya ha pasado todo... Menos mal que pude pellizcar al “cenutrios” de José Antonio que intentó pegar a los palos cuando no le tocaba. Al final todo ha salido bien. Bueno todo, menos la escenita de mi hermana.
Ya está empeñada, otra vez, en traerse a casa al mendigo ¡Qué hombre!, está en todos lados.
-Papá, por favor, tengamos un poco de caridad... Hazme al menos caso por una sola vez.- La niña, le pone ojitos a mi padre y se sale con la suya.
Por mucho que mamá luche, ella, con esa carita de buena, siempre gana.
A tía Teresita, también ha debido de hipnotizarla, o algo por el estilo, porque corriendo se ha agarrado al tío sucio ese, y no hay quién la suelte. ¡Y anda que no huele mal, el pobre!
Ahora vamos mucho más apretujados en el coche.
¿Para qué habrá dicho que sí el guarro este? Y mira que yo he protestado porque no teníamos sitio.
A mí nunca me hacen caso.
-Si quiere darse un baño, le puedo dejar ropa limpia- le ha dicho mi padre. -También le daré una cuchilla para que se afeite-
-No quisiera molestar más, yo con un poco de sopa me conformo-
-No se preocupe, además, creo que estaríamos todos más cómodos, si lo hace. Esta noche nos tiene que acompañar a la mesa-
¡Qué asco!, yo no me pienso lavar después allí… Bueno al menos va a comer limpio y bien vestido.
-¡Mamá, mamá! ¿Has visto lo que está haciendo la tía, ha debido de encontrar lo que buscaba?-
-Gracias “fato”, gracias “fato”, los huevos te desato… por que me has traído mi regalo-
¡Anda! Está quitando los tres nudos.
Mi madre le pregunta si ha encontrado por fin lo que buscaba, y señala al cuarto de baño.
-Papá, es papá-
¡Que cara de bobalicona!
-Ese no es tu papa, tonta- le dice Felisa
-¡Es papá!-
¡Jolines!, contesta tan conforme que hasta yo me lo estoy creyendo.
-¡Que sí, que es papá!-
Se ha ido corriendo al cuarto, seguro que se ha enfadado. ¡Ah, no!, viene con una foto vieja.
-¿Lo ves?-
En la postal vieja se ve un bebe con un hombre ¡Anda! Si es igualito.
No estaba sucio ni nada el viejo, parece otro cuando se ha bañado.
Ahora papá está más callado que nunca, ¿qué pasa? Se la está mostrando a mamá. Pobrecita mi tía…no está bien, yo me doy cuenta aunque no les digo nada.
-¿Lo ves?, es papá-
Ya ha vuelto a pegarse al pobre señor.
-Carmen creo que está en lo cierto. Mira la fotografía-
Después de charlar mucho y de contar cosas que han pasado hace siglos, papá le ha dada un apretón al “extraño”.
Esta nochebuena, gracias a la tía Teresita, hemos encontrado y conocido al abuelo. Papá era un bebé cuando se marchó y no lo conocía. Luego se fue con la familia de acogida y lo separaron de tía Teresita. A ella la llevaron a ese sitio feo. Parece que nunca se olvidó de su papá. ¡Pues claro!... Como haría yo.
Cuando se lo cuente a mis amigos, Imma y Miguel Ángel, se van a morir de la envidia. Tanto presumir, tanto presumir, que se iban al pueblo con su abuela. ¡Ja, pues yo ya tengo dos abuelos! Y uno es nuevecito.
Parece muy cariñoso, enseguida me ha abrazado y me ha besado. También le he tenido que achuchar. La verdad es que me ha dado pena verlo llorar y pedirle perdón a mi padre. No se creía que estaba con sus hijos.
¡Ahora, por fin, tengo una gran familia.!
Tía Teresita está más feliz que nunca, se ha agarrado a su cuello y no lo suelta. Parece que tiene miedo de perderlo otra vez. Aunque él jura que no la dejará jamás. Se le ve tan arrepentido.
Creo que al final será la mejor nochebuena que hemos pasado. Y todo gracias a mi hermanita y al “rezo de tía Teresita”.

Villancico transformado


Este villancico se canta con la música de "Pampanitas verdes, hojas de limón, la virgen María, madre del señor"

CAMBIO DE NAVIDAD
Este año yo quiero
Ser algo malvada
Fastidiar a mi gente
No traerles nada.

“Estoy harta de luces
Harta de comprar
Buscar los regalos
Pa la navidad”.

Mi padre me pide
Una gran sorpresa
Se la va a llevar
Con la caja vieja.

“Estoy harta de luces
Harta de comprar
Buscar los regalos
Pa la navidad”.

Luego está mi hermana
Que ¡no pide nada!
Cambia de muñeca
En cada semana.

“Estoy harta de luces
Harta de comprar
Buscar los regalos
Pa la navidad”.

Llega el seis de enero
Sin compras andaba
Debajo del árbol
Mi nombre no estaba.

“Yo quiero las luces
Yo quiero comprar
Tener mis regalos
Por la navidad”.

Mi lista familia
Que ya lo esperaba
Me han hecho lo mismo
Que yo les pagaba.

“Estoy arrepentida
Lo quiero cambiar
Tener mis regalos
Por la navidad”.

Los gemelos de la naturaleza


Llevaban ya dos años de feliz matrimonio. Al principio decidieron no tener hijos, pero pasados los meses, Carmen fue preocupándose tanto que sentía una extraña angustia interior. A veces se asfixiaba de tal manera que temían por su vida.
Carlos, su marido, era distinto, vestía de serenidad desde el sombrero al tacón. Tenía estudios, sobre la genética de los seres vivos, le encantaban las plantas y la naturaleza en general y cuando encontraba a Carmen en situaciones extremas, la calmaba pasándole su áspera mano por el cabello y diciéndole bajito.
-Tranquila cariño, tranquila. Pronto llegará el momento que ansiamos. Veras como la vida nos colma con un precioso bebé.
Ella se relajaba, se calmaba llorando y luego terminaba haciendo el amor con su marido.
En una de estas, tras muchos intentos, por fin Carmen se quedo preñada. Él en cuanto supo que su mujer estaba en cinta, hizo “los preparativos”.
La idea no le surgió al momento. La llevaba planteada en la cabeza desde que realizo las prácticas en la universidad.
Cogió una semilla de bellota, la inserto de forma lateral sobre un largo pedúnculo y la introdujo en gelatina. Al cabo de quince días, el fruto lucía una espectacular raíz.
Pacientemente y con extremo cuidado la sacó, la limpió bajo un buen chorro de agua templada y colocándola en un precioso tiesto, esperó ansioso a su germinación.
Sabía que el roble era el árbol más robusto y frondoso, por eso lo eligió. Al fin lo cultivaría en el jardín botánico donde trabajaba.
Desde pequeño siempre había creído en la existencia de un vínculo, el cual unía la naturaleza con las plantas.
Convencido de que la semilla se semejara a su ansiado bebe, la cuidaba diariamente regándola para que no le faltase humedad. Al mismo tiempo se desvivía por su esposa, mimándola para hacerla feliz.
El embarazo transcurrió con miedos por parte de Carmen, los ataques de ansiedad iban a menos, hasta que llego el momento del parto.
El cuatro de Mayo aquella primavera, Carlos, la llamo desde el trabajo:
-¡Carmen tienes que venir, corre está a punto de florecer!-
Y Carmen más pesada que nunca, a sabiendas de lo mucho que su marido había hecho, se colocó su rebeca, se calzó sus sandalias y como un atleta en el último esfuerzo por alcanzar la meta, se apresuro para llegar al parque. Cuando llegó, Carlos le enseñó eufórico la primera ramita que brotaba de la maceta. No medía más de dos dedos y era de aspecto grisácea y lisa.
-¡Que pequeñajo es! –Dijo Carmen cuando lo vio.
Él se quedo mirándole la tripa y, con una sonrisa cómplice, añadió:
-¡Es Precioso!, en unos meses, se pondrá fuerte y grueso como nuestro futuro bebe.
Comenzaron a reírse tanto que, en ese instante, a Carmen le dieron fuertes contracciones. Estaba de parto.
Cosas de la vida, pues el mismo día que la ramita asomo por la tierra y con dos horas de diferencia, nació su hija.
La llamaron María Dolores.
Pero… al igual que se le dota a una princesa de los mejores dones, la niña parecía haber sido rosada por la barita de las hadas, solo que se olvidaron de el don más importante. La salud.
La pequeña María, tenía una grave enfermedad denominada Rainaud.
Sus pequeñas arterias que trasportaban la irrigación a las articulaciones, sufrían espasmos, Haciendo que las manitas se le quedasen heladas; y sus dedos se tornasen blanquecinos y azulados, dejándolos entumecidos.
Los médicos, anunciaron la noticia a sus padres agravando la situación:
-Cuando la sangre retorne bruscamente a sus dedos, estos enrojecerán y será muy doloroso para la niña. Para prevenirlo, evitareis lavarla con agua fría y debéis colocarle gruesos guantes de algodón, o lana en invierno.
La cara de Carlos parecía desencajada, la mandíbula inferior prominente y puntiaguda apuntaba al suelo descaradamente. Sus ojos, inyectados en lágrimas, como dos bolindres metidos en un charco no daban crédito a la mala noticia.
Su preciosa, su ansiada hija del alma, ¿cómo podía sucederle aquello?, si él había tomado todas las precauciones.
El pequeño roble en cambio…era tan fuerte, tan vigoroso, o al menos eso le pareció a él.
Carmen no dijo nada, esta vez, era ella el río en calma. Se dirigió a su marido, lo cogió por el hombro y posándole la cabeza en su pecho le dijo:
-Llora, llora cuanto quieras, haremos lo que sea por nuestra hija.-
Luego miro al doctor:
-¿Qué podemos hacer, hay algún tratamiento que calme a mi niña?... Por favor doctor, sea sincero con nosotros. -Tendría que ser tratada por especialistas. Hay muy pocos en España que tengan experiencia. Ya me he informado.-
-Es aun tan chiquita...-
-Posiblemente, dentro de unos años seis u ocho, dependiendo de la fortaleza de sus huesitos, podría ser curada. La operación es muy complicada, se tendrían que seccionar los nervios responsables de los espasmos. Pero tranquilos que mientras tanto le administraremos medicamentos sedantes para los dolores.
Volviéndose al marido, con cara compasiva, continuó:
-En ocasiones, los pequeños se acostumbran al sufrimiento; tenga esperanza. - Dio media vuelta y se marchó, dejando a unos padres desolados.
A la semana siguiente regresaron con la vivaracha María Dolores a su casa.
El comienzo fue duro, Procuraban no abrir las ventanas para que no se enfriase e insistían en todo momento de que tuviese puesta sus manoplas.
María era una niña muy alegre. Apenas lloraba, incluso cuando sus manitas le tornaban a violeta, ella balbuceaba y daba manotazos a lo que tuviera a su alcance. Así creemos, que aprendió a combatir el frio y el dolor.
Entre tanto, el roble se desarrollaba fuerte y vigoroso. Del grisáceo claro, paso a un color pardusco y el tronco comenzaba a escamarse, formando costras entrecortadas. Lo que más extraño a Carlos era la especie de joroba que formaba una de sus ramas. -¿Sera ese el mal de mi niña?- se preguntaba para sí.
Al salir del hospital, lo primero que hicieron fue llevarla a verlo (creían ciegamente en él) y el vínculo se creó. Si pasaba algún día en que María no lo visitaba se comportaba ausente y de mal humor. Carmen lo notaba inmediatamente y con el tiempo trató de contarle su relación con el bellotero de la forma más sencilla.
La unión se estrechaba cada día más. Dolores se sentaba en el banco de piedra que habían colocado junto a él y le contaba, en el transcurso de la mañana, lo acontecido en su ausencia. Convirtiéndose en su más íntimo amigo.
Con tan solo cinco añitos, un buen día preguntó.
-¿Papi el, él es mi hermanito verdad?, si cumple años igual que yo, y tu le cuidas como a mí, somos hermanos, ¿no es cierto?
Cuando le hablaba así, Carlos se quedaba atónito... ¿Cómo siendo tan pequeña podía saber tanto?...”Debe de ser el roble”, se pensaba para sus adentros... (Seguro que se comunican. Esa sabiduría que oye y ve cada día en la gente, se la debe de traspasar a mi niña, no tiene otra explicación)
Carmen y Carlos estaban acostumbrados a todo tipo de comentarios; en el colegio, en el vecindario, e incluso cuando iban al parque a ver a su roble, como ella le llamaba. Los otros padres, veían en ella una chica extraña.
Y aun conociendo sus profesores el grave problema que poseía, no podían evitar el llamarles suplicando que se la llevasen:-Señora Carmen, se por lo mucho que está pasando María Dolores, pero estar dando manotazos en el pupitre desconcentra a los otros alumnos. Lo peor, es que la miran como a un bicho raro y ella no hace nada por ganarse ni siquiera a un amigo. Es como si no necesitase a nadie, aunque usted y yo sabemos que eso no es cierto. Esto no la beneficia en nada. Hable con ella, yo lo he intentado y no sé qué hacer.
Pasó un curso alborotado, y llegó el buen tiempo.
Una tarde de verano, el dieciséis de Julio para ser exactos. Lo recuerdo porque era la patrona de la virgen del Carmen y se oían los tambores de la procesión; bueno, pues ese día ocurrió algo inesperado. Un calor sofocante se apoderó de la ciudad. Las noticias decían que era un fuerte viento procedente del Sahara, un polvillo rojizo que caía del cielo, lo cubría todo. “Calima, creo recordar que lo llamaban”.
El roble, comenzó a enfermar; se le caían las hojas con la rapidez de un suspiro, una detrás de otra quedando casi pelado. El tronco también se vio afectado, la corteza se desprendía con rapidez.
Cuando Carlos lo vio, se estremeció del pánico. Tan pronto como pudo, después de examinarlo corrió al teléfono.
-¡Carmen! ¿Cómo esta María Dolores?
-Menos mal, justo ahora te iba a llamar... Estábamos en la procesión, se sentía tan contenta…y al momento las manitas se le tornaron azules y los deditos se pusieron rígidos. Comenzó a gritar desesperada en medio de la gente, ¿no la oyes?, aún sigue así. Me la llevo corriendo al hospital.
-Allí nos vemos, date prisa y cuida de mi niña.
Carmen ingresó a María, los enfermeros la llevaron a la sala de urgencias. Al examinarla y comprobar su historial, se dieron cuenta del error que habían cometido. El nuevo tratamiento, el que estaba en prácticas ¡No había funcionado! Por el contrario había hecho empeorar a la pequeña, No solo el frio la entumecía, también un calor tan fuerte como el de aquel día la llevo a una crisis mucho más grande de lo habitual.
El remedio, bueno, una locura para una niña de siete años, pero ¿qué otra cosa podían hacer?
Tendrían que intervenirla para seccionarle los nervios. Si todo salía bien, Dolores tendría una vida normal, sin preocuparse de sus manos. Pero si por el contrarío la operación no funcionaba, estaría disminuida para siempre.
Sus brazos quedarían inertes, como aspas pegadas al cuerpo, a la espera de que algún mecanismo los pusiera en funcionamiento.
La decisión, la tomaría ella. Eso es lo que hablaron sus padres. Tenía la suficiente madurez.
Cuando se lo comunicaron, no lo dudo ni un segundo. Afirmó con su cabecita diciendo -¡Sí doctor quiero ser normal, como mis amigos del colegio!-
Soltó una lagrima por su sonrojada mejilla y preguntó -¿Cómo esta mi roble, papi?, cuando me puse enferma sentí que me gritaba. Decía mi nombre, ¿está bien?
-Sí hija mía, se pondrá fuerte lo mismo que tú. Te lo prometo, ahora duerme un poco.
Durante las largas horas de espera, la mente de Carlos no podía descansar. Debía encontrar un remedio para recuperar el roble. Se lo acababa de prometer a su hija.
Hasta el siguiente día no la operarían, aún tenía tiempo. Con ojos llorosos miro a su esposa:
-Cariño tengo que dejarte, debo encontrar una solución para el roble. Se lo he prometido… si no la busco y lo sano, ¿qué será de él? Y si estoy en lo cierto ¿qué será de nuestra niña?
Carmen lo abrazo compungida.
-Lo sé, desde el momento en que lo sembraste tienes la obligación de cuidarlo. Has todo cuanto te sea posible.
Carlos dudaba si lo lograría, pero tenía que intentarlo.
Entró en el laboratorio y empezó a consultar sus apuntes. Encendió el ordenador, buscando respuesta a casos similares. Cogió algunas notas. En Francia hubo un bellotero al que trataron con vitaminas y le inyectaron vinagre de manzana, el resultado fue espectacular. ¿Sería esa la solución, algo tan sencillo? Quizás se había apresurado y su estado no era tan grave como le pareció.
En Cádiz el pasado año ocurrió lo mismo y un tal don Francisco, hombre del campo, arreglo el problema de tres hectáreas de belloteros, que se encontraban a su cargo.
Indicaba su dirección electrónica y su número de teléfono.
Se apresuró a hablar por teléfono con don Francisco, y después de una profunda charla, se dedico a hacer pruebas con su microscopio.
Largas horas más tarde y con varios frascos entre sus manos fue al jardín donde se encontraba el sediento roble.
Comenzó a injertarle toda clase de pócimas. Luego se sentó en el banco, el mismo que cada día utilizaba su pequeña para intimidar con su gemelo genético; a la espera de algún resultado.
Transcurrió la noche intentándolo una y otra vez, hasta que se quedo dormido.
La mañana del diecisiete de Julio era radiante pero fresca, el sol no agobiaba y la atmosfera apareció limpia.
Al despertar, Carlos vio él milagro. Del tronco pelado, y solo en el transcurso de unas horas, habían brotado nuevas ramas; a algunas hasta le colgaban diminutas hojitas.
No lo podía creer, después de tanto esfuerzo tenía la solución.
En ese momento recordando a su hijita, recogió las probetas y partió al hospital.
Cuando llegó ya se encontraba dormida, los preparativos para la operación habían comenzado. Se la llevaron sedada y en camilla para no asustarla.
A Carmen le temblaba todo su ser, pero Carlos se sentía tranquilo y lleno de esperanzas ¡Cómo no iba a estarlo, después de todo su empeño!
No comentó nada a su esposa, no era el momento propicio. Tampoco ella le preguntó. Se limitaron a ser pacientes durante la eterna espera de cuatro horas, hasta que apareció el cirujano.
-Todo ha ido muy bien, tal y como esperábamos... La niña se está despertando. Le hemos sujetado los brazos con unas correas para que no los mueva, y no se preocupen si emite algunas sacudidas, suele ser acto de reflejo que le puede durar unos días.
La tensión de los abatidos padres, hizo que se abalanzaran sobre el especialista, abrazándolo en agradecimiento.
Cinco días después María Dolores se encontraba feliz y llena de energía. Le quitaron las correas y le levantaron el vendaje.
El doctor hizo una prueba; pidió un trozo de hielo y lo cubrió con una gasa, luego se lo pasó, primero por las muñecas y a continuación por cada uno de sus deditos. María reía y daba respingos al sentir la frialdad.
-¡Huy, me hace cosquillitas doctor!-
Lleno de gozo miro a sus padres y sonrió. La pequeña estaba curada. La operación había sido todo un éxito.
Varias visitas después se confirmaba el diagnostico.
Aún lo recuerdo: Llevamos ya cuarenta y tres años juntos. La he visto hacer amigos, enamorarse, casarse, e incluso ser madre de un pequeño diablillo, y nuestra unión continúa igual de fuerte.
Mis bellotas también han dado su fruto, las han plantado por todo el parque, dicen que mi especie es única.
Don Carlos, ha revolucionado el mundo de la genética. Y después de aquella noche, tengo miles de visitantes, aunque para mí, ninguno es ni será nunca como “mi María Dolores”.
Ayer, me conto un secreto; el día que muera desea que la entierren bajo mis raíces, y yo, le he dicho que cuándo eso suceda yo también yaceré.

Dos líneas, desde lo más profundo


-Querido amigo:
Como sé que estás ansioso por conocer mi situación, te relato los hechos de mi “bienvenida” en la selva.
No eran alucinaciones...no. Eran exactamente tres, igual que las gaviotas que revoloteaban a su alrededor. Solo tenía que recogerlas y metérmelas en la boca. ¡Como si fuese tan sencillo!
Con solo imaginar esos bichejos negros, resbaladizos y sin forma, moviéndose por mi lengua, sentí náuseas. Respiré hondo, y ante la mirada de los miembros de la tribu, logre coger una.
El jolgorio retumbó en mis oídos, como si estuviera en mi tierra valenciana en plena falla, solo que yo era el muñeco al que podían sacrificar.
Ahora sé que era mí corazón y no el sonido de los tambores, lo que hizo que mi cuerpo sintiera sacudidas.
Al unísono gritaban todos: -¡Lunga, lunga, lunga! Animándome por mí decisión. Y sin tiempo a meditarlo, coloqué la babosa justo en mí garganta. Tragué tan fuertemente que sentí como resbalaba por todo mí esófago. ¡Qué asquerosidad!
Conseguí así ganar, la primera de las tres pruebas de confianza, exigidas por los Merundingüis.
Nos costó encontrarlos, a mí y al resto de mi familia que viajaban conmigo. Pero allí estaban ellos, en medio de la espesura; hombrecillos diminutos y semidesnudos cubiertos con algas marinas y barro…mucho barro. Las mujeres, algo más altas, con los pechos al aire.
Mi hija Cecilia de diez años, quedo tan impresionada que no pudo evitar el comentario - ¡Papa, papa! ¿Cómo pueden tener tantos aros en el cuello? ¡Papi! ¿No les duele la nariz con esos pinchos?-
Con mis manos y ante el asombro y temor de todos, conseguí taparle la boca. Instantáneamente, fuimos rodeados por aquellos extraños humanos.
Las siguientes pruebas como miembro de mi clan, las conseguí superar.
Llevamos ya, ocho meses desde mi primer contacto con las babosas, y tal es nuestra integración, que Cecilia, al igual que los chiquillos Merundingüis, espera ansiosa que traigan la cesta que las contiene, como si de una golosina se tratara.
Casi, he terminado mi tesis sobre la raza. Ahora sé cuanto nos costará despedirnos, aunque el recuerdo de nuestra tierra y las ganas de veros, supera nuestra tristeza.
-¡Ah, por cierto! Repasando estas líneas acabo de notar que he cometido un gran error; aquí no hay gaviotas, son tengue laves (unas aves carnívoras, aunque de aspecto similar).
Sin nada más que contarte, un saludo de tu colega y gran amigo:
Salvador
Posdata-
Espero verte muy pronto (tal vez te lleve una cestita de babosas) ja ja.

EL EMBLEMA FAMILIAR






EL EMBLEMA FAMILIAR

            La casa de mi abuela, estaba situada en el centro de la ciudad, justo enfrente de la puerta trasera de la “Iglesia Prioral”.
            Era un viejo edificio con cuatro plantas, adosado a otros de similar aspecto. La fachada, con  un escudo familiar en el centro del siglo dieciséis, presumía ser el orgullo de mi abuelo Antonio; el cual nos repetía una y otra vez:
            -¡Miradlo y recordadlo para siempre!... Ese es vuestro mayor legado. Andad con la cabeza bien alta, hijos, que nadie olvide de donde procedéis-
  Con su bastón de roble de empuñadura de plata, señalaba el lugar donde se encontraban las iniciales de nuestro apellido, haciéndonos la ceremonia dominical.
            -¿Qué significa esto? -nos gritaba “el coronel” (como le llamábamos), con su vozarrón grave y potente -¡Decidme, a quien pertenecen estas siglas!
            Nosotros, los pequeños, que contábamos apenas ocho, diez y trece años, aterrados por la pregunta y sabiendo sobradamente la respuesta, contestábamos titubeantes, compungidos y aguantando el moco con el quejido del llanto. Todo ante la mirada de nuestras sumisas madres.
Ha cada lado del escudo formando dos semicírculos que bajaban en línea recta, se situaban dos columnas, (a mí más bien me parecían dos serpientes con cabezas retorcidas). Debajo el enorme portón de madera de cerezo; luciendo dos puertas con hendiduras abotonadas que formaban grandes rombos. En el centro de cada una de ellas resaltaban dos embellecedores color bronce con forma de herraje.
            Del color de la fachada, se enorgullecía  mi abuela Ana, (madre de mi madre) encargada de encalarla cada primavera y final de verano.
            Vivíamos en un barrio donde no habían muchos chiquillos, y si lo hubiera habido, creo que no nos habrían dejado relacionarnos con ellos. Por eso mis primos, los hijos del ama de llaves, mis hermanos y yo jugábamos por toda la casa, con total libertad, imaginándonos que era un enorme castillo, al cual no podían entrar los plebeyos.          
            Un “buen día”, martes trece de Agosto exactamente, subimos a la azotea por la escalera de servicio (sin ser vistos por ningún adulto).
 Mi primo Antonini, con su camisita de cuadros y su pantaloncito corto, azul marino, cabalgaba a lomos de su escoba de palma; Enriqueta su hermana, lo seguía, montada sobre el mocho de fregona, imitando el trote y relinchos de un elegante corcel.
            En la parte más alta, sobre el poyete que aguantaba los tensores de los cables que suministraban luz a la casa; luchaban con ahínco, Mariano y Sarita, los hijos de la señora Pepa. Tenían colocadas a modo de armaduras, dos tapaderas. En la mano, simulando ser una majestuosa espada, sujetaban unas varas de olivo, que guardaba mi abuelo para tallarlas (afición secreta que descubrimos cogiéndolo infraganti una tarde).
            Mi hermano Francisco y yo no íbamos a ser menos. Él con su camisa blanca, impecable como siempre; sus bombachos verde caqui hasta la rodilla y sus zapatillas de lona con esparto también blancas, agitando entre sus palmas el viejo y desgastado bordón que encontramos en la buhardilla,  al que atamos la sabana de la cunita de Lucía, nuestra hermanita pequeña.
            -¡Rendíos! -gritaba mientras movía la simulada bandera.
            -¡Rendíos en nombre de su majestad! -repetía.
            Yo su vasallo, con los calzones que recogí del tendedero encima de mi faldita plisada celeste, con la palangana de la ropa cubierta de manzanas, iba detrás de mi señor.
            -¡Mirad señor, cuantos enemigos han caído! -y elevaba  una de las frutas por sus rabitos -¡Mirad cuantas cabezas hemos cortado!... ¿No cree que son  suficientes? Los cobardes corren montaña abajo, ¡Huyen señor!
            Y así después de dos horas de simulada lucha, la batalla acabó, con una victoria para nosotros, los señores de la casa.

            Cansados y despojados de nuestros utensilios de combate, nos tumbamos boca arriba (con la cabeza en la sombra), debajo de las sabanas de tergal y lino que estaban tendidas.
            -¿A que  parecen  las velas de un barco? -dijo Francisco señalando las telas que se movían al son del viento.
            -Sí, sí,  y aquellos son los piratas que quieren quitarnos nuestro botín -Contestó Antonino, alzando la vista a las veletas negras, por el moho,  con forma humana, que se posaban sobre los tejados del pueblo.
            -¡Nos atacan! -grito Sarita.
            Sin darnos cuenta, nos enfrascamos todos en nuestra siguiente aventura.

            El cielo, que lucía azul radiante, comenzó a tornarse gris oscuro, espeso.
            -¡Nos están atacando! -chille con todas mis fuerzas
-¡El barco está ardiendo! –intentando levantarme de un salto y con un brazo sobre mis ojos, a modo de visera, quise ver el horizonte para buscar a mis adversarios. Cuando… lo descubrí.
            La iglesia ardía, las llamas salían por lo alto de los gruesos muros. Casi podíamos tocarlas.
            Al momento, sentí un calor sofocante, mire a mis compañeros de aventuras y me parecieron verdaderos piratas; sucios, tiznados, vencidos por la lucha, tosiendo y ahogados por el humo (esto último me hizo volver a la realidad).
            -¡Fuego, fuego, fuego de verdad chicos!... Hay que bajar y avisar al abuelo ¡Levantaos!, ¿Qué os ocurre?
            El humo se hacía más denso; arranque parte de las prendas del tendedero y las remoje en el agua de la pila, luego las repartí.
            -Limpiaos los ojos y ponéosla en la nariz -les ordené (esto lo aprendí de mi tío José, cuando nos relataba como salvo a sus soldados durante un bombardeo en la guerra).
            -¿Por dónde salimos, no se ve nada? –decía, quejica, mi hermano.
            -De rodillas, tenéis que poneros de rodillas e id a gatas hacia el fondo, allí está la puerta. Antonini agarra a los pequeños, Sarita, no te sueltes… y tú Francisco, espabila que eres el mayor.
            Desde lo alto oíamos a la gente como corrían y gritaban en la calle.         -¡Más agua, cubos traed los cubos llenos!... ¿Habéis llamado a los bomberos?
Otros lamentándose. -¡Qué pena dios mío, qué pena!
            Encabezando la fila y con las rodillas desolladas por el arrastre a ciegas, logramos llegar a la puerta, abriéndola de un empujón; pero no terminaba allí nuestra tragedia…
            Solo teníamos bajado medio tramo de escalera, cuando oímos los gritos de mi padre.
            -¡Aquí están, los he encontrado! Están en la escalera de arriba -sofocado como nunca, nos dio un estrujón en forma de abrazo a todos.
            -¡Ay fuego!, ¡Mucho fuego! La iglesia se está quemando -dijimos unos tras otros.
            -Tranquilos… es la iglesia y nuestra casa. Hay que salir por la azotea y saltar a otros tejados, por abajo no se puede. Cogeos todos por las muñecas y agarraos a mí.
            Nos aferramos como uva a la parra, justo en el momento en que subía el resto de la familia. Por entonces no vi a mi abuelo, pero ante el alboroto supuse que vendría más atrás.
            Y así, conducidos por mi padre “el valiente guerrero”, (como antes hice yo) fuimos saltando tapia a tapia unidos por el cordón visible de nuestros dedos, hasta ponernos a salvo seis u ocho casas más al norte.
            Embelesados por la destreza de mi padre y asustados por el griterío, conseguimos llegar a “La casona de doña Paca” (una vieja viuda) que difícilmente se trataba con los vecinos.
            Golpeamos la puerta pidiendo socorro, pero nadie nos oía. Seguramente doña Paca estaba en plena calle, contemplando lo sucedido como tantos otros.
 Entonces, mi tío, el más fuerte de todos, pegó un puntapié tan grande que hiso crujir la cerradura abriéndola de un golpe. Bajamos tan deprisa la escalera de mármol blanca, pese al calor, que parecía que tuviésemos esquíes bajo los pies.
Y allí estábamos, al fin fuera, en el acerado. Al fondo las llamas, el humo, los bomberos, el grito, el llanto.

La escena se me grabó para siempre. Cuando lo recuerdo aún me cuesta respirar.
            -Soledad, será mejor que te quedes aquí con todos, José y yo vamos a ver cómo está la situación -apresurándose calle abajo vimos como mi padre y mi tío se perdían entre el gentío.
            La cara de Mariano es imposible borrarla de mi mente; sus ojos azules más brillantes que nunca, emergían desesperados, su boca entreabierta con su rostro de deshollinador, pedían a gritos estar junto al fuego, y todo ello, en silencio, mudo, quieto.
            Mi hermanita, en brazos de mi madre lloraba, al igual que Sarita y Enriqueta que se quejaban del daño de sus heridas. Mientras Antonini, discutía con Pepa (el ama).
            -¿Por qué no puedo ir con mi padre? Ya soy lo bastante mayor.
            -No sabemos lo que ha ocurrido, si nos han dicho que nos quedemos nos quedamos.
            -Pero es que, yo…
            -¡Ni es que, ni nada! Tu padre y tu tío han dicho que esperemos y eso tenemos que hacer -interrumpió mi mami, sacando un coraje que no le había visto jamás.
          -¡Y no se hable más! -poniendo fin a la conversación, agarró por el hombro a Antonini, por si se daba a la fuga. Como si el grito no le hubiese bastado, frenándolo en seco.
            Yo en cambio, lo observaba todo atenta y callada mirando cuanto ocurría a mí alrededor: al fondo, el correr de vecinos, calle arriba calle abajo…enfrente, en los balcones, el señor Andrés con su esposa señalando la casa de mi abuelo. Entonces lo recordé…
            -¿Dónde está el abuelo? -pregunté con un nudo en la garganta temiéndome lo peor... -¿Por qué no está con nosotros?
            Mi madre y mi tía giraban la cabeza como peonzas, buscando desesperadas, cuando don José se acercó a nosotros; llevaba la sotana negra chamuscada, cubierta de tizne, y no lucía su famosa y temida varita con la que solía reprendernos en la escuela.
            -Soledad, Carmen, hijas, he hecho cuánto he podido, os lo aseguro, no había forma de quitarlo de allí, llegué demasiado tarde… -y echándose en brazos de mi madre, se puso a llorar como solía  ser la pequeña Lucía. 
            -¡De quién está usted hablando! -grito mi madre, con las manos cubriéndose los oídos y sin dejar de buscarlo.
            -De don Antonio, hija de don Antonio…
            -¡Mi padre! No… si está por aquí… ¡Papa, papaaa! ¿Dónde estás papa?
            -Tranquila, tranquila hija, piensa que ahora está con dios, es mejor así... Ha sido tan rápido, se negaba a retirarse de allí.
            Giré la cabeza angustiada y vi llegar a tío José y a papa. Venían más serenos que nunca, pero con el rostro; amargo, severo, rígido. Al  verlos tía Carmen y nosotros, nos echamos encima. En el bordillo de la acera, mi madre, ida, sin dejar de repetir… está con dios, está con dios, está con dios, a la vez que doblaba una y otra vez el torso.
            Con los ojos pulidos, papa y tío José, nos relataron lo que habían visto y oído:
Según los vecinos, al arder la iglesia prendieron también los postes de luz, cayendo en medio de la calle y golpeando nuestra puerta.
El abuelo, salió para ver lo que sucedía y al ver el portón en llamas no pudo reaccionar. Acerco una silla de enea, que sacó de casa, y se acomodó justo delante, mirando el escudo familiar.
            Algunos dicen que intentaron retirarlo, pero que ante el sofoco de las llamas y su negativa, fue imposible. Otros, que se volvió loco y que solo gritaba: ¡Mi legado, mi legado!, ¿qué les voy a dejar ahora?
            Lo cierto, es que aquel trece de Agosto perdimos a mi abuelo, la casa, el orgullo, y hasta la inocencia.

            Han transcurrido treinta años, y ya no somos esa familia arrogante. La ayuda incondicional de los vecinos en aquellos tiempos difíciles, nos hicieron reaccionar a tiempo.
            Mi abuela Ana que se encontraba de compras durante la tragedia, falleció seis meses más tarde (de tristeza, según los doctores). Mi madre tras sufrir el siguiente impacto, cayó en una fuerte depresión, logrando salir dos años más tarde.
            Los pequeños, también quedamos marcados; Antonini (que siempre ha querido ayudar a los demás) pertenece al cuerpo de policía de la localidad, Francisco mi hermano, se hizo ebanista (prometió en la tumba del abuelo reconstruirle su escudo, y lo realizó), Mariano (pobre Mariano, fue el más señalado), ha sido detenido por pirómano y encarcelado en dos ocasiones; y yo… bueno, aquí estoy, escribiendo mi historia, que también es la de otros