ERNESTINA LA AUXILIADORA


La anciana Doña Braulia, empuñando un bastón, se presentó en casa de la joven que había salvado su vida aporreando el portón brutalmente y sugiriendo insultantes palabras.
Ernestina observó sigilosa por la mirilla y después de comprobar que se trataba de una encorvada anciana se dispuso a abrir. El aporreo del cayado retumbaba en todo el piso.

-¿Eres Ernesta la enfermera?-
-¿Qué ocurre?-... Pero baje ese palo. Sí soy yo... y no grite por favor que estamos en el portal-
-¿No me conoce?... me llamo Braulia y gracias a usted “seññorita” sigo en este mundo ¡Qué! ¿Vamos haciendo memoria?-
-No se de que me habla, la verdad.-
-¿Qué no me comprende? entender es lo que quisiera yo... ¿Quién te ha dado permiso para alejarme de mi difunto Ramón? Con lo cerquita que estaba ya de él. ¡Es la segunda vez que casi le rozo los dedos y tú “tú” me traes de vuelta!-
-Baje la muleta y no se ponga usted así señora, tranquilícese. Mi deber es cuidar de los enfermos y usted lo estaba.-
-¿Qué no me ponga así?... ¡Me pongo como me da la gana!-
-Chisss, baje la voz por favor.-
-Encima me manda la “niña” a callar... Mira vengo a advertirte que lo volveré a hacer; una, dos o diez mil veces, las que me hagan faltas y no pararé hasta que vuelva con mi marido. Así que tu sabrás lo que haces ¡Niñata!-

Braulia golpeó con fuerza el portón, dio media vuelta y se dirigió a la calle, dejando boquiabierta y pensativa a la joven Ernestina.
Cruzó la acera, justo, cuando el chico del quinto atravesó su garrote con el patinete.
Un crujido de huesos retumbó en toda la avenida. Doña Braulia abrió los ojos y vio la muerte ante ella; vestía de negro, como había oído y un intenso escalofrío recorrió su cuerpo cuando la guadaña la decapitó.
El chaval, el del patinete, contó a todos que antes de cerrar sus ojos, buscaba con la mirada y gritaba: ¡Ernestina, Ernestina, ayúdame!

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