Los gemelos de la naturaleza


Llevaban ya dos años de feliz matrimonio. Al principio decidieron no tener hijos, pero pasados los meses, Carmen fue preocupándose tanto que sentía una extraña angustia interior. A veces se asfixiaba de tal manera que temían por su vida.
Carlos, su marido, era distinto, vestía de serenidad desde el sombrero al tacón. Tenía estudios, sobre la genética de los seres vivos, le encantaban las plantas y la naturaleza en general y cuando encontraba a Carmen en situaciones extremas, la calmaba pasándole su áspera mano por el cabello y diciéndole bajito.
-Tranquila cariño, tranquila. Pronto llegará el momento que ansiamos. Veras como la vida nos colma con un precioso bebé.
Ella se relajaba, se calmaba llorando y luego terminaba haciendo el amor con su marido.
En una de estas, tras muchos intentos, por fin Carmen se quedo preñada. Él en cuanto supo que su mujer estaba en cinta, hizo “los preparativos”.
La idea no le surgió al momento. La llevaba planteada en la cabeza desde que realizo las prácticas en la universidad.
Cogió una semilla de bellota, la inserto de forma lateral sobre un largo pedúnculo y la introdujo en gelatina. Al cabo de quince días, el fruto lucía una espectacular raíz.
Pacientemente y con extremo cuidado la sacó, la limpió bajo un buen chorro de agua templada y colocándola en un precioso tiesto, esperó ansioso a su germinación.
Sabía que el roble era el árbol más robusto y frondoso, por eso lo eligió. Al fin lo cultivaría en el jardín botánico donde trabajaba.
Desde pequeño siempre había creído en la existencia de un vínculo, el cual unía la naturaleza con las plantas.
Convencido de que la semilla se semejara a su ansiado bebe, la cuidaba diariamente regándola para que no le faltase humedad. Al mismo tiempo se desvivía por su esposa, mimándola para hacerla feliz.
El embarazo transcurrió con miedos por parte de Carmen, los ataques de ansiedad iban a menos, hasta que llego el momento del parto.
El cuatro de Mayo aquella primavera, Carlos, la llamo desde el trabajo:
-¡Carmen tienes que venir, corre está a punto de florecer!-
Y Carmen más pesada que nunca, a sabiendas de lo mucho que su marido había hecho, se colocó su rebeca, se calzó sus sandalias y como un atleta en el último esfuerzo por alcanzar la meta, se apresuro para llegar al parque. Cuando llegó, Carlos le enseñó eufórico la primera ramita que brotaba de la maceta. No medía más de dos dedos y era de aspecto grisácea y lisa.
-¡Que pequeñajo es! –Dijo Carmen cuando lo vio.
Él se quedo mirándole la tripa y, con una sonrisa cómplice, añadió:
-¡Es Precioso!, en unos meses, se pondrá fuerte y grueso como nuestro futuro bebe.
Comenzaron a reírse tanto que, en ese instante, a Carmen le dieron fuertes contracciones. Estaba de parto.
Cosas de la vida, pues el mismo día que la ramita asomo por la tierra y con dos horas de diferencia, nació su hija.
La llamaron María Dolores.
Pero… al igual que se le dota a una princesa de los mejores dones, la niña parecía haber sido rosada por la barita de las hadas, solo que se olvidaron de el don más importante. La salud.
La pequeña María, tenía una grave enfermedad denominada Rainaud.
Sus pequeñas arterias que trasportaban la irrigación a las articulaciones, sufrían espasmos, Haciendo que las manitas se le quedasen heladas; y sus dedos se tornasen blanquecinos y azulados, dejándolos entumecidos.
Los médicos, anunciaron la noticia a sus padres agravando la situación:
-Cuando la sangre retorne bruscamente a sus dedos, estos enrojecerán y será muy doloroso para la niña. Para prevenirlo, evitareis lavarla con agua fría y debéis colocarle gruesos guantes de algodón, o lana en invierno.
La cara de Carlos parecía desencajada, la mandíbula inferior prominente y puntiaguda apuntaba al suelo descaradamente. Sus ojos, inyectados en lágrimas, como dos bolindres metidos en un charco no daban crédito a la mala noticia.
Su preciosa, su ansiada hija del alma, ¿cómo podía sucederle aquello?, si él había tomado todas las precauciones.
El pequeño roble en cambio…era tan fuerte, tan vigoroso, o al menos eso le pareció a él.
Carmen no dijo nada, esta vez, era ella el río en calma. Se dirigió a su marido, lo cogió por el hombro y posándole la cabeza en su pecho le dijo:
-Llora, llora cuanto quieras, haremos lo que sea por nuestra hija.-
Luego miro al doctor:
-¿Qué podemos hacer, hay algún tratamiento que calme a mi niña?... Por favor doctor, sea sincero con nosotros. -Tendría que ser tratada por especialistas. Hay muy pocos en España que tengan experiencia. Ya me he informado.-
-Es aun tan chiquita...-
-Posiblemente, dentro de unos años seis u ocho, dependiendo de la fortaleza de sus huesitos, podría ser curada. La operación es muy complicada, se tendrían que seccionar los nervios responsables de los espasmos. Pero tranquilos que mientras tanto le administraremos medicamentos sedantes para los dolores.
Volviéndose al marido, con cara compasiva, continuó:
-En ocasiones, los pequeños se acostumbran al sufrimiento; tenga esperanza. - Dio media vuelta y se marchó, dejando a unos padres desolados.
A la semana siguiente regresaron con la vivaracha María Dolores a su casa.
El comienzo fue duro, Procuraban no abrir las ventanas para que no se enfriase e insistían en todo momento de que tuviese puesta sus manoplas.
María era una niña muy alegre. Apenas lloraba, incluso cuando sus manitas le tornaban a violeta, ella balbuceaba y daba manotazos a lo que tuviera a su alcance. Así creemos, que aprendió a combatir el frio y el dolor.
Entre tanto, el roble se desarrollaba fuerte y vigoroso. Del grisáceo claro, paso a un color pardusco y el tronco comenzaba a escamarse, formando costras entrecortadas. Lo que más extraño a Carlos era la especie de joroba que formaba una de sus ramas. -¿Sera ese el mal de mi niña?- se preguntaba para sí.
Al salir del hospital, lo primero que hicieron fue llevarla a verlo (creían ciegamente en él) y el vínculo se creó. Si pasaba algún día en que María no lo visitaba se comportaba ausente y de mal humor. Carmen lo notaba inmediatamente y con el tiempo trató de contarle su relación con el bellotero de la forma más sencilla.
La unión se estrechaba cada día más. Dolores se sentaba en el banco de piedra que habían colocado junto a él y le contaba, en el transcurso de la mañana, lo acontecido en su ausencia. Convirtiéndose en su más íntimo amigo.
Con tan solo cinco añitos, un buen día preguntó.
-¿Papi el, él es mi hermanito verdad?, si cumple años igual que yo, y tu le cuidas como a mí, somos hermanos, ¿no es cierto?
Cuando le hablaba así, Carlos se quedaba atónito... ¿Cómo siendo tan pequeña podía saber tanto?...”Debe de ser el roble”, se pensaba para sus adentros... (Seguro que se comunican. Esa sabiduría que oye y ve cada día en la gente, se la debe de traspasar a mi niña, no tiene otra explicación)
Carmen y Carlos estaban acostumbrados a todo tipo de comentarios; en el colegio, en el vecindario, e incluso cuando iban al parque a ver a su roble, como ella le llamaba. Los otros padres, veían en ella una chica extraña.
Y aun conociendo sus profesores el grave problema que poseía, no podían evitar el llamarles suplicando que se la llevasen:-Señora Carmen, se por lo mucho que está pasando María Dolores, pero estar dando manotazos en el pupitre desconcentra a los otros alumnos. Lo peor, es que la miran como a un bicho raro y ella no hace nada por ganarse ni siquiera a un amigo. Es como si no necesitase a nadie, aunque usted y yo sabemos que eso no es cierto. Esto no la beneficia en nada. Hable con ella, yo lo he intentado y no sé qué hacer.
Pasó un curso alborotado, y llegó el buen tiempo.
Una tarde de verano, el dieciséis de Julio para ser exactos. Lo recuerdo porque era la patrona de la virgen del Carmen y se oían los tambores de la procesión; bueno, pues ese día ocurrió algo inesperado. Un calor sofocante se apoderó de la ciudad. Las noticias decían que era un fuerte viento procedente del Sahara, un polvillo rojizo que caía del cielo, lo cubría todo. “Calima, creo recordar que lo llamaban”.
El roble, comenzó a enfermar; se le caían las hojas con la rapidez de un suspiro, una detrás de otra quedando casi pelado. El tronco también se vio afectado, la corteza se desprendía con rapidez.
Cuando Carlos lo vio, se estremeció del pánico. Tan pronto como pudo, después de examinarlo corrió al teléfono.
-¡Carmen! ¿Cómo esta María Dolores?
-Menos mal, justo ahora te iba a llamar... Estábamos en la procesión, se sentía tan contenta…y al momento las manitas se le tornaron azules y los deditos se pusieron rígidos. Comenzó a gritar desesperada en medio de la gente, ¿no la oyes?, aún sigue así. Me la llevo corriendo al hospital.
-Allí nos vemos, date prisa y cuida de mi niña.
Carmen ingresó a María, los enfermeros la llevaron a la sala de urgencias. Al examinarla y comprobar su historial, se dieron cuenta del error que habían cometido. El nuevo tratamiento, el que estaba en prácticas ¡No había funcionado! Por el contrario había hecho empeorar a la pequeña, No solo el frio la entumecía, también un calor tan fuerte como el de aquel día la llevo a una crisis mucho más grande de lo habitual.
El remedio, bueno, una locura para una niña de siete años, pero ¿qué otra cosa podían hacer?
Tendrían que intervenirla para seccionarle los nervios. Si todo salía bien, Dolores tendría una vida normal, sin preocuparse de sus manos. Pero si por el contrarío la operación no funcionaba, estaría disminuida para siempre.
Sus brazos quedarían inertes, como aspas pegadas al cuerpo, a la espera de que algún mecanismo los pusiera en funcionamiento.
La decisión, la tomaría ella. Eso es lo que hablaron sus padres. Tenía la suficiente madurez.
Cuando se lo comunicaron, no lo dudo ni un segundo. Afirmó con su cabecita diciendo -¡Sí doctor quiero ser normal, como mis amigos del colegio!-
Soltó una lagrima por su sonrojada mejilla y preguntó -¿Cómo esta mi roble, papi?, cuando me puse enferma sentí que me gritaba. Decía mi nombre, ¿está bien?
-Sí hija mía, se pondrá fuerte lo mismo que tú. Te lo prometo, ahora duerme un poco.
Durante las largas horas de espera, la mente de Carlos no podía descansar. Debía encontrar un remedio para recuperar el roble. Se lo acababa de prometer a su hija.
Hasta el siguiente día no la operarían, aún tenía tiempo. Con ojos llorosos miro a su esposa:
-Cariño tengo que dejarte, debo encontrar una solución para el roble. Se lo he prometido… si no la busco y lo sano, ¿qué será de él? Y si estoy en lo cierto ¿qué será de nuestra niña?
Carmen lo abrazo compungida.
-Lo sé, desde el momento en que lo sembraste tienes la obligación de cuidarlo. Has todo cuanto te sea posible.
Carlos dudaba si lo lograría, pero tenía que intentarlo.
Entró en el laboratorio y empezó a consultar sus apuntes. Encendió el ordenador, buscando respuesta a casos similares. Cogió algunas notas. En Francia hubo un bellotero al que trataron con vitaminas y le inyectaron vinagre de manzana, el resultado fue espectacular. ¿Sería esa la solución, algo tan sencillo? Quizás se había apresurado y su estado no era tan grave como le pareció.
En Cádiz el pasado año ocurrió lo mismo y un tal don Francisco, hombre del campo, arreglo el problema de tres hectáreas de belloteros, que se encontraban a su cargo.
Indicaba su dirección electrónica y su número de teléfono.
Se apresuró a hablar por teléfono con don Francisco, y después de una profunda charla, se dedico a hacer pruebas con su microscopio.
Largas horas más tarde y con varios frascos entre sus manos fue al jardín donde se encontraba el sediento roble.
Comenzó a injertarle toda clase de pócimas. Luego se sentó en el banco, el mismo que cada día utilizaba su pequeña para intimidar con su gemelo genético; a la espera de algún resultado.
Transcurrió la noche intentándolo una y otra vez, hasta que se quedo dormido.
La mañana del diecisiete de Julio era radiante pero fresca, el sol no agobiaba y la atmosfera apareció limpia.
Al despertar, Carlos vio él milagro. Del tronco pelado, y solo en el transcurso de unas horas, habían brotado nuevas ramas; a algunas hasta le colgaban diminutas hojitas.
No lo podía creer, después de tanto esfuerzo tenía la solución.
En ese momento recordando a su hijita, recogió las probetas y partió al hospital.
Cuando llegó ya se encontraba dormida, los preparativos para la operación habían comenzado. Se la llevaron sedada y en camilla para no asustarla.
A Carmen le temblaba todo su ser, pero Carlos se sentía tranquilo y lleno de esperanzas ¡Cómo no iba a estarlo, después de todo su empeño!
No comentó nada a su esposa, no era el momento propicio. Tampoco ella le preguntó. Se limitaron a ser pacientes durante la eterna espera de cuatro horas, hasta que apareció el cirujano.
-Todo ha ido muy bien, tal y como esperábamos... La niña se está despertando. Le hemos sujetado los brazos con unas correas para que no los mueva, y no se preocupen si emite algunas sacudidas, suele ser acto de reflejo que le puede durar unos días.
La tensión de los abatidos padres, hizo que se abalanzaran sobre el especialista, abrazándolo en agradecimiento.
Cinco días después María Dolores se encontraba feliz y llena de energía. Le quitaron las correas y le levantaron el vendaje.
El doctor hizo una prueba; pidió un trozo de hielo y lo cubrió con una gasa, luego se lo pasó, primero por las muñecas y a continuación por cada uno de sus deditos. María reía y daba respingos al sentir la frialdad.
-¡Huy, me hace cosquillitas doctor!-
Lleno de gozo miro a sus padres y sonrió. La pequeña estaba curada. La operación había sido todo un éxito.
Varias visitas después se confirmaba el diagnostico.
Aún lo recuerdo: Llevamos ya cuarenta y tres años juntos. La he visto hacer amigos, enamorarse, casarse, e incluso ser madre de un pequeño diablillo, y nuestra unión continúa igual de fuerte.
Mis bellotas también han dado su fruto, las han plantado por todo el parque, dicen que mi especie es única.
Don Carlos, ha revolucionado el mundo de la genética. Y después de aquella noche, tengo miles de visitantes, aunque para mí, ninguno es ni será nunca como “mi María Dolores”.
Ayer, me conto un secreto; el día que muera desea que la entierren bajo mis raíces, y yo, le he dicho que cuándo eso suceda yo también yaceré.

3 comentarios:

  1. Esre relato me ha parecido muy interesante a la vez que enternecedor. Me ha gustado mucho. Espero seguir leyendo tus escritos. Un saludo

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  2. es precioso,sa me han saltado las lagrimas,un saludo

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  3. Siempre que leos tus cosa que escribes,me emosiono tanto eres genial amiga un beso

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