Dos líneas, desde lo más profundo


-Querido amigo:
Como sé que estás ansioso por conocer mi situación, te relato los hechos de mi “bienvenida” en la selva.
No eran alucinaciones...no. Eran exactamente tres, igual que las gaviotas que revoloteaban a su alrededor. Solo tenía que recogerlas y metérmelas en la boca. ¡Como si fuese tan sencillo!
Con solo imaginar esos bichejos negros, resbaladizos y sin forma, moviéndose por mi lengua, sentí náuseas. Respiré hondo, y ante la mirada de los miembros de la tribu, logre coger una.
El jolgorio retumbó en mis oídos, como si estuviera en mi tierra valenciana en plena falla, solo que yo era el muñeco al que podían sacrificar.
Ahora sé que era mí corazón y no el sonido de los tambores, lo que hizo que mi cuerpo sintiera sacudidas.
Al unísono gritaban todos: -¡Lunga, lunga, lunga! Animándome por mí decisión. Y sin tiempo a meditarlo, coloqué la babosa justo en mí garganta. Tragué tan fuertemente que sentí como resbalaba por todo mí esófago. ¡Qué asquerosidad!
Conseguí así ganar, la primera de las tres pruebas de confianza, exigidas por los Merundingüis.
Nos costó encontrarlos, a mí y al resto de mi familia que viajaban conmigo. Pero allí estaban ellos, en medio de la espesura; hombrecillos diminutos y semidesnudos cubiertos con algas marinas y barro…mucho barro. Las mujeres, algo más altas, con los pechos al aire.
Mi hija Cecilia de diez años, quedo tan impresionada que no pudo evitar el comentario - ¡Papa, papa! ¿Cómo pueden tener tantos aros en el cuello? ¡Papi! ¿No les duele la nariz con esos pinchos?-
Con mis manos y ante el asombro y temor de todos, conseguí taparle la boca. Instantáneamente, fuimos rodeados por aquellos extraños humanos.
Las siguientes pruebas como miembro de mi clan, las conseguí superar.
Llevamos ya, ocho meses desde mi primer contacto con las babosas, y tal es nuestra integración, que Cecilia, al igual que los chiquillos Merundingüis, espera ansiosa que traigan la cesta que las contiene, como si de una golosina se tratara.
Casi, he terminado mi tesis sobre la raza. Ahora sé cuanto nos costará despedirnos, aunque el recuerdo de nuestra tierra y las ganas de veros, supera nuestra tristeza.
-¡Ah, por cierto! Repasando estas líneas acabo de notar que he cometido un gran error; aquí no hay gaviotas, son tengue laves (unas aves carnívoras, aunque de aspecto similar).
Sin nada más que contarte, un saludo de tu colega y gran amigo:
Salvador
Posdata-
Espero verte muy pronto (tal vez te lleve una cestita de babosas) ja ja.

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