EL NÁUFRAGO


Llegó a una isla deshabitada, tras llevarse varios días sujetado a un tablón de su pequeña embarcación. Las olas le habían golpeado tanto, que sentía el cuerpo magullado y entumecido por la frialdad. Casi, no tenía aliento, pero logró conseguirlo.
Era el único superviviente, sus dos compañeros de aventuras no lograron sobrevivir. Logró recoger sus cuerpos y los enterró junto a una de las palmeras que había por los alrededores de la isla.
Busco cobijo, pero no encontró nada. Cansado y sin apenas fuerzas, examinó la orilla para recoger lo que quedaba del barco. Se dispuso a hacerse una cabaña, no sin antes agotar el poco agua embotellada que arrastro una gran ola y de zamparse ansiosamente, tres bolsas de patatas fritas que encontró flotando.
Al cabo de unos días, se sentía orgulloso, ¡Subsistía por sí mismo! no necesitaba la ayuda del imbécil de su cuñado, y mucho menos del hermano de este. ¿Cómo fue tan tonto para dejarse embaucar?
Sobre el cuarto ó quinto día, cuando regresó de buscar comida, vio la gran desgracia. La cabaña estaba ardiendo, todas sus pertenencias se habían esfumado como si se tratasen de un simple papel. El humo nublaba el cielo, un cielo tan azul é inmenso como el mar que lo rodeaba.
Desesperado comenzó a llorar, se sentía sólo desamparado y el hombre más desgraciado del mundo.
Impotente, dio patadas a cuanto se puso al alcance de sus feos pies, sin percatarse de que aplastaba unos hormigueros de especie roja, y prosiguió con su labor, elevando a los pequeños insectos por encima de sus también feas rodillas. Luego continuó dando puñetazos a los cocoteros; molestando y espantando a los miles de mosquitos que en él se posaban. Y por último terminó tumbándose en un terreno cubierto de hierbas secas, las cuales iba arrancando como un niño malhumorado que tira de los cabellos a su hermano en una reyerta, maldiciendo y perjurando al que había sido su amado dios.
La respuesta fue inmediata, el cielo tronó, los relámpagos iluminaban cada tramo de la isla.
Asustado y tembloroso cesó con su rabieta, y lanzando una mirada furiosa al horizonte preguntó:- ¿Qué más desgracias pretendes enviarme, es que no ha sido ya suficiente?... Solo te pedí ayuda para subsistir y hasta eso me lo has negado, yo que he sido siempre tu ferviente devoto ¿No me has castigado ya lo suficiente?
El cielo retumbó de nuevo, pero esta vez, tan fuertemente que toda la isla tembló haciendo que las olas se abrieran como mandíbulas a punto de devorarla.
Al instante todo quedo quieto, en silencio. El hombre paralizado de temor no daba crédito a lo que sucedía. De pronto, se oyó una aguda y fuerte voz:
-¿Cómo osas tratarme así? A mí que te lo he dado todo. Te puse a las hormigas para que observaras como trabajan y sacan partido de todo cuanto les rodea; no has aprendido nada y encima las maltratas...
-Te coloqué los cocoteros, para que te sirvieras de sus hojas y su madera; para que bebieras su agua y comieras de su fruto. Y los mosquitos ¿Qué me dices de ellos? eran para que limpiasen con sus picaduras las ampollas é impurezas de tu piel, y tú… tu los espantas maldiciendo en mi nombre.
-¿Y qué me dices del trigo? ¡Inepto! Te cubro la isla de espigas y te vuelcas en ellas arrancándolas. Así es como me lo pagas, desagradecido. Solo has sabido valerte de lo sustraído en el naufragio y no quieres ver las riquezas que tienes a tu alrededor.
Atónito a la respuesta obtenida, el solitario hombrecillo miró a su alrededor, y dando cuenta de todo lo que acababa de oír, se arrodillo sollozando y cubriéndose el rostro con sus enormes manos. Luego pidió perdón a todo lo que se movía y agradeció a su “compasivo dios” el haberle devuelto (la vista).

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