El joven Ernesto, empuñando una pistola, se presentó en casa del hombre que le había arruinado:
-Vengo a entregarle mi arma, después de todo es lo único que me queda. Sé que ha considerado que dejándola en mi poder voy a quitarme la vida, pero... pensándomelo muy bien ¿porqué no lo hace usted mismo?...
-Ya veo, no tiene agallas suficientes y esta no es la pluma que utiliza para dar su estocada... -¡Ha! Que eso lo hacen sus sirvientes, que usted no se mancha las manos, claro, ¡Perdóneme Señor Rodríguez! ¡No faltaría más! ...
-Me esta mirando el traje ¿verdad? Sí, negro riguroso. Me pareció lo más oportuno después de encargarme de su familia. Como acostumbra usted, otro ha hecho el trabajo sucio... - Y no se preocupe, también he dejado las suficientes pistas y motivos para que lo culpen; así que me marcho...
-En pocos minutos vendrá la policía, ¡mire! ya oigo las sirenas...
-Con mi arma en su poder ya está todo resuelto. ¡Hasta siempre señor Rodríguez! ¡Enhorabuena! Acaba de matar a su esposa e hijo.-
Y serenamente, el joven Ernesto, dio media vuelta y se marchó.
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