¡QUE VUELVA SERAFÍN!



Aquel día, Serafín, se encontraba de buen humor, algo raro en él, ya que solía levantarse siempre con la ceja derecha elevada a un lado de la cara y eso significaba un humor de fieras.
Todo aquel que lo conociera podía percibir el aire de superioridad que respiraba; pero no siempre había sido así, en su corta vida, los tropiezos y baches con los que se encontró le hicieron reforzar su carácter.
Desde los ocho años se dedicaba a lo que más le apasionaba, la magia, y desde esa misma edad había tenido que enfrentarse a burlas, desengaños y frustraciones; pero de todo se aprende y aquella mañana Serafín, estaba seguro de su triunfo, un triunfo que le marcaría su carrera a la fama para siempre. ¡O eso creía!
Se acicaló el bigote, se cruzó el batín, se sentó en el sillón del escritorio y allí comenzó a hacer un millón de cálculos de geometría. Al atardecer, cuando ni recordaba que había almorzado, saltó del butacón de un brinco -¡Ya lo tengo! Por fin un truco a mi medida.
La sonrisa le apartó el pincel pelirrojo de la comisura, enseñando sus perfilados dientes blancos (y hasta canturreó aquella poesía que su padre le solía recitar); nervioso cayó en la cuenta del poco tiempo que le quedaba para la anunciada actuación y sin pensárselo dos veces comenzó a apuntar todo lo necesario para ejecutar su plan:
-Dos tablones de madera para la levitación, un elevador, cuatro metros de tela de seda roja para cubrir a Esmeralda, ummm... -y pensando para sí, cerró sus ojos imaginando, y continuó - Tres cuerdas invisibles, dos poleas… creo que ya esta todo, ¡si ya está!-
Se imaginó un público exaltante y eufórico gritando “¡Serafín! ¡Qué vuelva Serafín!”.
Pasadas unas semanas, y Serafín y su ayudante Esmeralda lo tenían todo preparado para el gran día; ella, una exuberante rubia, con unos tacones de vértigo y un mallote azul cobalto brillante; él, un joven alto color zanahoria, con esmoquin de seda negro. Eran la pareja perfecta.
El anuncio lo habían colocado por toda la ciudad llegando a los oídos de la gente de otras poblaciones que no quisieron perderse el acto, pues se anunciaba como algo sobrenatural en una comarca como aquella.
Sobre las diez de la noche, el público comenzó a entrar en la sala, los más impacientes gritaban - ¡Qué salga el mago del mostacho! ¡Qué salga ya! - Los otros, se acomodaban en sus asientos.
Una musiquita de fondo atenuaba el teatro cuando apareció el presentador:
- ¡Buenas noches señoras y señores! Gracias por venir, el gran maestro Serafín comenzará en breves momentos, mientras tanto deléitense con esta divertida actuación.-...
- Con ustedes ¡Los payasos equilibristas “Majoris”! -
A excepción del escenario, todo el salón quedó en penumbras. El silencio fue mayoritario.
Mientras tanto, Serafín, más asustado que nunca, retocaba los últimos detalles:
- Que no se te olvide Esmeralda, por tu madre, que nos jugamos nuestra reputación. En cuanto suene el “chic” “chic” de la sintonía, aprieta con fuerzas el interruptor. -
- Lo que usted mande don Serafín, no se preocupe que eso solo ocurrió una vez y no más. -
- Si una vez, pero vaya bochorno… Que aún no hemos podido regresar a esa ciudad. -
- Le aseguro que no fue mi intención, Señor Serafín. -
- Bueno dejemos aquello y vamos ha centrarnos en lo nuestro. -
Los aplausos llenaron el patio de butacas. Serafín detrás de las cortinas, no hacía más que indicar a su ayudante por señas, que pulsara en el instante correcto el botón rojo.
- ¿Estáis preparados? - gritaba el maestro de ceremonias.
- ¡Sí! - gritaban al unísono.
- ¿Dónde esta el bigotudo? - comentó burlón un espectador.
Y las risas volvieron a llenar el aforo.
De nuevo, sonó (pero esta vez más tétrica) la melodía de fondo.
El telón se abrió de par en par, dejando a la vista de todos al ansiado mago y su guapa ayudante; el público eufórico se puso de pleno en pie, aplaudiendo y vitoreando sin cesar.
El maestro, dio un paso al frente y dijo para suavizar:
- Buenas noches, parece que hoy no han traído las hortalizas… Me alegro, se nota que aquí también hay crisis. -
El teatro rompió a carcajadas, y Serafín comenzó su actuación.
Al principio realizaba trucos sencillos para ganarse a la gente, y según fue adentrándose la noche, introducía algunos más arriesgados. El broche final, el anunciado.
- ¿Estaréis impacientes verdad? Pues, que no sea más. - ...
- Por primera vez en un teatro, algo que nunca se ha hecho, voy a intercambiarme por mi ayudante, que estará a la vista de todos, levitando. Es un acto muy arriesgado, pues el más mínimo desconcierto puede causarle lesiones cerebrales muy graves. Por favor, ruego el más absoluto de los silencios.
Diciendo esto Serafín hizo que Esmeralda se tumbara sobre una camilla.
Al instante elevando sus manos por encima de ella (simulando pases mágicos), el gran mago elevó a la joven por encima de su cabeza.
Al fondo, el más absoluto de los silencios, sólo una música placentera y solemne hacía acto de presencia. El público estaba embelesado.
El instante esperado llegaba, Serafín debía de subir por detrás de Esmeralda con el elevador mientras ella caía rápidamente hacia el otro extremo, lo tenían tan ensayado que no cabía duda, pero para el maestro no estaba todo tan claro, la chica era tan torpe…
- Bueno - se dijo - La melodía se acerca, ahora o nunca. -
Y llegó el “chic” “chic” de la sintonía acordada. Serafín cerró los ojos; con el tacón pulso la palanca que le hizo saltar por los aires intercambiando su cuerpo por el de su ayudante, pero… No fue así, Esmeralda aun seguía esperando con el rostro tapado, el maldito sonido.
Tumbado junto a ella tuvo que soportar el humillante bufado de la totalidad de la sala. Lo empeoró aun más su compañera, cuando dejó escapar unos ronquidos que hicieron estallar a los asistentes en cólera.
- ¡Sinvergüenzas! ¡Marcharos y devolvednos el dinero! -
- ¡A la calle…! Largaros de aquí.-
- Con razón quería que trajésemos hortalizas - gritaban.
- ¡Yo si que te voy a dar zanahorias cuando te bajes de hay, pillastre! -
Los acomodadores, mientras el joven continuaba soportando desde arriba el chaparrón de insultos, intentaban hacer salir a la gente para que no se les acercara, pero… eran demasiados.
Rápidamente acorralaron al mago y su ayudante, tirando todo lo que había a sus pasos. En ese momento alguien pisó el pedal, y Serafín y Esmeralda cayeron de bruces en el suelo.
La chica salió forzosa de su trance mientras la jaleaban por los brazos, y Serafín salió apaleado y amoratado, jurándose a si mismo: - ¡Dios! Si alguna otra vez vuelvo a hacer magia, que se me caiga el teatro encima. -
Desde entonces, queridos niños… “El Zanahoria” como le recordamos aquí, no ha vuelto más a las andadas. Al menos, no por los alrededores.
Los chicos del parque se miraron unos a otros en busca del cabello rojizo, y evidentemente allí no se encontraba el mago Zanahoria; solo una anciana con el cabello ceniza y lágrimas en los ojos que les decía:
-“Podría haber sido un gran mago, si no hubiera estado allí la torpe joven” Podría haber sido un gran mago…-

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