CARMEN "LA DE LAS SERPIENTES"



CARMEN “LA DE LAS SERPIENTES”
Aquel año, el del sesenta y cuatro, fue tan grande la riada, que aún me entran escalofríos al recordarlo.
Ocurrió sobre las tres de la tarde. Cuando el agua llego al saloncito me dirigí con mis enormes botas calzadas hasta la rodilla, en busca de mi preciado tesoro, el más valioso que jamás he tenido, “mi urna de crista” (que contenía los ejemplares de serpientes exóticas más brillantes del sur de Panamá).
De pronto, tambaleándome sobre mi propio pie, con la urna al alcance de mis dedos ¡zas! me caí de golpe en el agua, quedándome paralizado y viendo como mis mascotas escapaban como un látigo de mi vista.
Tan rápido como pude, di aviso a las autoridades. La alarma corrió por mi pueblo.
No me atreví a salir a la calle, pues algunos vecinos me insultaban y perseguían con sus garrotes:
-¡Sinvergüenza, dedícate a la cría de canarios como todo el mundo! ¡Anda, bucea, a ver si las encuentras!-
Jamás he vuelto a sentir tanto bochorno. Tal fue el escándalo que salimos en las noticias. Mi casa se lleno de curiosos, entre ellos tres coleccionistas, que se apostaban capturar “mis tesoros” a cambio de un ejemplar.
Pero la cosa no terminó ahí, después de limpiar los destrozos de la riada, pasados cuatro días, aún no teníamos ni sospecha de donde las podíamos encontrar.
La gente se irritaba cada vez más, insistiéndome en que las buscara también por la noche, que era cuando sus colores se ponían fosforescentes. Y nada ni rastro.
Agotado y sin fuerzas, me senté en un banco cuando la vi pasar.
Carmen, la tonta del pueblo, con su singular vestimenta llamando siempre la atención: llevaba una camiseta ajustadísima amarillo chillón de la que sobresalían dos grandes almohadones, y una falda azul con rayas verticales que le llegaban a sus huesudos tobillos, en la cabeza una pamela de paja.
¡La pobre, creía que siempre era primavera! Desde que perdió a sus trillizas se le fue la cabeza.
Agarraba un carrito de bebe, el cual no dejaba de mecer y al que acercándole un biberón decía -¿Mis bonitas niñas no quieren más?, ¡Mira Andrés! - Me dijo, levantando un bulto entre sus manos.
No lo podía creer; como si me pinchasen el trasero, pegué un respingo y corrí hacia ella.
-¿Cómo lo has hecho, donde las has encontrado?- le dije asombrado.
-¡Son mis bebes! y chisss…no grites que se acaban de dormir- me contestó medio enfadada.
Por fin terminó mi calvario, allí estaban mis reptiles cubiertos con un trozo de tela rosa.
Los vecinos del lugar se acercaron a mi llamada quedándose igual que yo, atónitos. La llenamos de preguntas ¡Que lastima! como lloraba cuando conseguimos quitarle el cochecito.
-¡No os llevéis a mis niñas!- gritaba entre sollozos -¡Han estado toda la noche malitas! Y les he tenido que dar valeriana para que se duerman-
Algunos se reían, y otros como yo, nos compadecíamos de ella.
Nunca se supo como lo hizo, increíble que no le picasen. Lo que sí es cierto, es que aquél fue el hecho más asombroso que ocurrió en “La barquera del sombrero” mi pueblo, (durante el famoso año sesenta y cuatro); y si no es mucho presumir, en los diez años siguientes, hasta que ocurrió la tragedia del ahorcamiento del Benito. Bueno esa es ya otra historia.

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