¿CREERME CABALLO?




¿CREERME CABALLO?
Hace algunos veranos empecé a tener la idea de que yo había sido caballo. Al llegar la noche ese pensamiento venía a mí. Apenas yo recostaba mi cuerpo de hombre, ya empezaba a andar mi recuerdo de caballo.
Cuándo me tumbaba, emergía en mí esa sensación que me obligaba a adoptar la postura: las rodillas dobladas con los pies hacia detrás, el torso contra la colcha, los brazos en la almohada inclinando los codos al frente, las manos con los puños cerrados rozándome el pecho y la cabeza ladeada a un lado.
Entonces un día me vi. En el espejito del armario empotrado. Ese momento fue mágico, no era humano como yo creía; mi cuerpo padecía una extraordinaria transformación cubierto por un pelaje gris brillante, mi pijama de ositos había desaparecido, también mis calcetines azules eran ahora pezuñas blancas sin herradura, mi cabello negro y pulcro lucia una crin nevada y trenzada al igual que la cola; con un colgante al cuello que se me iluminaba.
Cerraba los ojos y galopaba por los cauces de un río, trotando entre los chinos y guijarros, salpicando agua. Luego, cuando volvía a la realidad, calculo que a las dos o tres horas, me despertaba sediento, con un cansancio tremendo y un fuerte dolor de pies.
Una semana más tarde, después de tener el primer encuentro nocturno con mi otro yo, sucedió algo inesperado.
Era el cumpleaños de mi hermanita pequeña, la familia y amigos nos reunimos en el salón para partir la tarta, y justo después vinieron los regalos: el primero fue una muñeca llorona, le siguieron, un puzzle, una guitarra, un cuento, y por último, el de mis padres, un enorme paquete con un lazo rosa.
Susi corrió a destaparlo, como había hecho antes con los otros. Casi me desmayo al verlo, ¡Mi otro yo! ¿Qué hacía allí? Convertido en un inerte peluche.
Dicen que me puse blanco, que retrocedí, tropecé con los juguetes y caí al suelo dándome un fuerte golpe en la cabeza. No lo recuerdo, sólo guardo en mente la absurda explicación que dieron:
El caballo había sido escondido en mi armario sin mi consentimiento y sin yo tener consciencia de ello durante una semana, lo demás “lo deduje solito”.
La puerta del ropero era de espejo al exterior, pero si mirabas desde dentro, se divisaba como un cristal normal toda mi habitación. La luz del colgante del potro, efectivamente estaba activada. Mi absurda postura para dormir y mi loca imaginación, de niño, hizo el resto.
A partir de ese día y con mucha fuerza de voluntad por mi parte, comencé a atarme los pies a los barrotes de la cama, con el fin de mantenerme erguido y olvidarme para siempre de mi disparatado razonamiento.
Han pasado unos años y aún me queda esa duda aunque ya no sueñe con ello. Me parecía todo tan real…

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