DESDE MI BALCÓN



Llevo ya más de veinte años en esta silla de ruedas y me siento como un coche de los años treinta (los primeros que vi), pero claro, sin ser reparado desde entonces porque esas piezas ya no existen a no ser que las fabriquen expresa mente para mí y ese no es mi caso.
Cada día mi hija Rosario, que tiene ya sesenta y ocho años, me asea como puede, aunque a veces no muy generosamente debido a su edad. La ayuda Inesita, una chica ecuatoriana que ha tenido que contratar.
Sobre las once de la mañana, (lo sé porque aunque no haya un reloj al alcance de mi vista, si miro la posición del sol consigo situarme en el tiempo) bueno pues sobre esa hora, me suelen colocar en el balcón que da a una avenida, la de “La Soledad”.
No es por capricho, ni por abandono, no, no pensemos mal. Es por petición mía. Desde que vivo con Rosario hará unos cincuenta años; al poco de fallecer mi bendita Jacinta ¡que dios la tenga en su gloria! Me suelen arrastrar un butacón de piel bobina, que tienen destinado para mis posaderas, hasta muy cerquita del ventanal del balcón el cual han acristalado para que no coja una pulmonía. Y desde allí he estado mirando a los transeúntes imaginándome como pueden ser sus vidas.
Ahora mi mente me llega a superar, puede ser porque es lo único que me funciona con claridad; tal vez, solo pienso que tal vez, la haya desarrollado más de la cuenta.
No quiero ser vanidoso, pero si dios me diera el don de poder volver a gesticular palabra con claridad, y expresar todo lo que por mi mente “lúcida y despierta” transcurre, me darían un premio de academia mundial. Un “Novel” o un “Príncipe de Asturias” como mínimo.
Bueno pues ahora, desde mi balcón, ya conozco a casi todos los que pasan por la calle, e intuyo cual puede ser su forma de actuar.
Enfrente y al pie de la calle, encontramos el bar Centurión 2. Lo dirige Luis, un señor calvo de unos cincuenta años, ayudado por dos cuarentones que se dejan la piel en el negocio. En ocasiones, solo muy de tarde en tarde, se sienta allí Manolo mi yerno; ese pedazo de pan duro y correoso; si fuera por él estaría yo en una residencia, y no en una de pago, que te permiten tener una habitación propia, no, si no en una de las hermanitas de la caridad (no tengo nada contra ellas, lo juro) en las que tienes que compartir cuarto y hasta pijama si la ocasión lo requiere, con tres o cuatro individuos que no conoces de nada y se encuentran en tu misma situación.
Así es Manolo, solo las copitas que le sirve Luis, le hacen parecer humano. Aunque a mí no logra engañarme.
Me voy de mi relato, como un preso que se fuga de la cárcel por un camino equivocado, y al que esperan los centinelas ¡Perdón! Vuelvo pisando sobre mis pasos, doy marcha hacia tras, y regreso a mi balcón.
Junto al bar hay una tienda de toldos y persianas, el chico que atiende es un poco recio y cara dura, todas las mañanas y hasta la hora de almorzar aparca allí su furgoneta blanca sin ser zona destinada a ello; forzando a maniobrar a todos los conductores. Si yo pudiese hablar por teléfono, ya me hubiese oído la policía local, ¡No hay derecho hombre!, ¡Que solo yo lo vea! ¿Y los demás? ¿Están ciegos o no pueden usar la lengua como yo? ¿Tanto ha cambiado el mundo desde que no salgo?
La avenida siempre esta concurrida de tráfico, cosa que han aprovechado unos cuatro chavales rumanos, que fingen ser unos limpias. Yo los he visto en más de una ocasión ¡son unos pillastres! Mientras uno entretiene al conductor, que baja las ventanillas para ver lo que quiere, el otro se acerca al asiento del copiloto robándole el bolso, móvil o lo que tengan a su alcance. Lo practican con tal agilidad, que el señor o señora, termina con cara de lastima y culpándose por no dejarle que haya limpiado su coche a cambio de una mísera moneda.
Cuan ruines llegamos a ser los humanos.
La semana pasada, sin ir más lejos. Tendrían que ser las dos de la tarde, porque los escolares cargados con sus enormes mochilas al hombro, se apresuraban por las aceras. Una señora joven con un cochecito de bebe de una mano y una niña de unos cuatro años de la otra, después de esperar que el muñequito del semáforo se tornara verde; bajo su escalón con firmeza y se decidió cruzar la calle, de pronto y sin ver del lugar que salió, un energúmeno montado en una motocicleta a toda velocidad se salto el disco dando de bruces con la joven madre, enviándola a ella y a su pequeña a más de cincuenta metros de distancia.
El golpe fue tremendo, el carrito siguió cuesta abajo, siendo detenido por un chaval.
Rápida mente, la calle se lleno de curiosos que no sabían qué hacer. Menos mal que Luis se enfrento a la situación. Yo estaba furioso, no podía hacer nada y lo vi venir. La sangre me hervía por todo mi inútil cuerpo, la mandíbula se me desencajo al intentar pedir ayuda a Inesita. Pero no me oía. Solo conseguí babear y escupir, emitiendo unos sonidos muy extraños.
Al cabo de quince minutos llegaron dos ambulancias. ¿Cómo pudieron tardar tanto si el hospital esta solo a dos manzanas?
A la joven, la trasladaron en una camilla inconsciente y mal herida. Los gritos de la pequeña se escuchaban por toda la calle. Una de sus piernecitas colgaba como una rama torcida por debajo de la falda del uniforme.
El público, “los curiosos” no hacían nada; unos pasaban de largo, no querían problemas, y otros, se echaban las manos a la cabeza horrorizados.
Cuando estuve a punto de ver lo que había sucedido con el sinvergüenza de la motocicleta, llego mi hija Rosario.
-¡Inesita! ¿Has oído las ambulancias?
Como las va a oír, si no se quita esos odiosos cascos en toda la mañana, siempre escuchando y cantando bachata.
-¡Inesita! Ayúdame ahora mismo a quitar a mi padre de aquí. No es un espectáculo para que lo mire.
Una vez más, mi enérgica y vieja hija, ha logrado sacar fuerzas para evitarme una muerte segura, causada por mi angustia.
-¡Hasta cuando señor!...Tengo noventa y seis años. En otras circunstancias quisiera vivir eternamente. Pero tal y como estoy será mejor que me lleves ya con mi Jacinta.
A veces, cuándo me encuentro en mi balcón, cierro los ojos, pienso en ella y me transporto al pasado.
-¡Por favor dios! , La próxima vez, que no aparezca Rosario.

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