¡NO SOY CHICA!


Aquel domingo íbamos a ver la cabalgata de carnaval a la capital: mi marido mi hija y yo, (viajando entre el bullicio de la gente, en el tren) cuando nos encontramos con ellos por casualidad.
Mi hijo y sus cinco amigos. Entre ellos el protagonista de esta historia, y señalo historia por que realmente fue lo que le sucedió a este chico, la noche anterior.
Mientras viajábamos, un largo trayecto de casi dos horas, el más joven de sus amigos se sentó a mi lado y me relató su vida y su movidita salida de la madrugada:
Pablo era un chico fuera de lo normal, se caracterizaba en su grupo por lo bromista que era y por su charlatanería; y eso hacía que a sus diecisiete años tuviera tanto éxito con las chicas.
Vivía con su madre, separada del padre desde hacía ocho años, y aquella mañana, cuando la vio recostada boca abajo con su hermosa melena rubia, tuvo la idea.
Llevaba dos días partiéndose la cabeza, pensando en como ir disfrazado al carnaval, y justo cuando iba a desistir, como una visita inesperada, le surgió.
Rebuscó en la cómoda de ella y sacó un body negro. Se lo calzo como un guante. Luego se miró en el espejo, la imagen que vio, no le resultaba nada atractiva y entonces, cogió dos calcetines gruesos y se los puso sobre el pecho, seguidamente se dirigió a la cocina, abrió un cajón, y sacó dos bayetas; luego se las puso debajo, entre las nalgas y la prenda de seda. Volvió a mirarse en el cristal y se sonrió cómplice con la imagen, guiñándose un ojo.
Seguidamente rebuscó en el armario y encontró un vestido muy provocativo que su madre guardaba de su fugaz juventud. Se enfrasco en él, colocándose unos finos pantys y unos tacones de vértigo, luego se dirigió al cuarto de baño, donde Sandra, guardaba sus pinturas: el pote, el perfilador, el rimel y la barra de labios; las usó como una autentica mujer. Cada vez que su madre se maquillaba, se quedaba embelesado. Ver como transformaba su aspecto triste por uno provocador le fascinaba.
Recogió las llaves, las puso dentro de un bolso de mano y salió a la calle, en busca de sus colegas del barrio.
El contoneo de sus caderas, hacía que los conductores apaciguaran la marcha:
-¡Oye, bonita! ¿A dónde vas a estas horas?- Dijo el del Corsa rojo.
-Guapetona, ¿Porqué vas tan solita?... ¿Te llevo?- le soltó el del Mercedes azul.
Pablo continuaba con su contoneo, burlándose para sí, y negando a todos. Pero el sesentón de la motocicleta no se daba por vencido; desde su salida, lo venía persiguiendo a paso de bicicleta.
-¿Qué querrá este?, otro pesado más- pensó para sí.
Con el rabillo del ojo mirando al viejo y con paso firme, continuó su trayectoria.
El tipo se apegó aún más, sin decir palabra. Pablo nervioso por el acoso, se detuvo en seco, simulando un tropiezo. La motocicleta también se detuvo.
Pablo se levantó y continuó su paso a marcha rápida, en ese instante comprendió como se sentiría una chica, andando sola a esas horas.
-No somos normales, no señor.- se decía.
El lugar dónde quedó, estaba próximo. Pablichi, como le llamaban todos, tragó saliva y con un tremendo susto en el postizo pecho, echó a correr en busca de algún callejón. Por fin consiguió despistar al moscardón, y se ocultó un rato, luego cambió de dirección y volvió a la plaza donde quedaron.
Respirando hondo mientras hacía tiempo, practicó sus andares a modo de “mis”, esta vez cayo de verdad al suelo.
-¡Maldita sea, es la última vez que me disfrazo de mujer, la última vez!-
Tras llegar sus amigos, la noche transcurrió tremendamente divertida, (aunque cansado y dolorido debido a los tacones). Sobre las cinco de la mañana regresó a su casa, se deshizo de las prendas femeninas, y tumbándose en la cama, alegó con alivio:
-¡Vuelvo a ser yo! Pablo Manzanares.-
Descansó ocho horas profundamente; Sandra le dejo una nota:
-Me marcho al trabajo. Acuérdate, hoy a las dos, almuerzas con tu padre.-
Miró el reloj, aún le daba tiempo. Se ducho, afeitó, y se arregló con sus vaqueros deshilachados y su Niki negro de cordones; luego bajó al portal para esperar el coche y… lo vio.
El tipo de la motocicleta estaba allí mismo parado.
Pablichi no supo que hacer, su cuerpo tembló de pavor, sintiendo un gran escalofrío, hasta se ruborizó.
El hombre se le acercó:
-Oye muchacho, ¿Vive en el piso una jovencita rubia y muy delgada, que andaba ayer por aquí?-
Pablo, volvió a tragar saliva, y fingiendo no saber nada, le respondió:
-¿Si se refiere usted a mi prima?, Se marcho esta mañana para Segovia, es que ella es de allí ¿Sabe usted...? Por cierto ¿De qué la conoce? –
-No, de nada, no debe de ser ella… -Titubeo el señor.
-¿No hay otra rubia en el piso?-
-No, lo siento-
El padre llega impaciente tocando el claxon: ¡MEC mec!
-Adiós, me tengo que ir-
Se apresuró, y apenas se había sentado, ordenó a su padre:
-¡Venga vamonos!-
-¿Ocurre algo hijo?- le asestó preocupado su padre.
Pablo, suspiró... mientras veía marcharse al individuo.
-No papa, ya no ocurre nada.-
Y de esa forma, Pablichi se deshizo del moscardón. Aunque en su memoria perdure ese nefasto recuerdo para siempre.
El viajero nos hizo el trayecto más ameno y divertido, pues no hay nada mejor, que ir disfrazada y estrujada en un vagón de tren, viendo como las ropas femeninas se llevan con tanta alegría y elegancia (para ser un varón) ¡Menos mal que no las iba a llevar más!

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